Cristo es Rey… no es como los poderosos terrenales. Flagelado y coronado de espinas, insultado por quien a su lado espera la muerte... y acogiendo al que quiere estar a su lado cuando llegue a su Reino.
La cruz es el trono de Jesús. Las espinas, la corona real. La desnudez, el mejor vestido. Las burlas y el vinagre, halagos y manjares. Los malhechores, su mejor compañía. Y un ladrón, el más digno de entrar en el paraíso. El reino de Dios.
Entre tanta burla se abre paso una súplica: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Era la súplica de quién agoniza al lado del Señor e intuye el misterio de su persona. Jesús le contesta de inmediato: "Hoy estarás conmigo en el paraíso". Siempre estarás conmigo.
Desde pequeños hemos rezado muchas veces: "venga a nosotros tú Reino". Hoy celebramos que ya ha llegado. Jesús lo ofrece con la misma inmediatez con que se lo ofreció al buen ladrón. El reino no es un lugar idealizado, ni una experiencia de futuro. Es ahora, es aquí, es con estos, es en mí. Jesús es el Rey del Universo y el Rey de mi vida. El que nos da todo lo que somos y vivimos. Entrar en el reino es descubrirlo, asombrarnos, compartirlo.
Es un Rey que no quiere siervos sino amigos, se ofrece para aquellos que están cansados y agobiados para descansar en y con Él. Es un Rey al que lo entienden y siguen los sencillos. No se desinteresa de este mundo, que anuncia un Reino nuevo, el Reino de Dios. Es un Rey que pone a todos los hombres y mujeres de este mundo en su corazón, que ama con locura, tanto es así, que da la vida por nosotros, por todos.
¿Qué corona es esa que te adorna,
que por joyas tiene espinas?
¿Qué trono de árbol te tiene clavado?
¿Qué corte te acompaña, poblada
de plañideras y fracasados?
¿Dónde está tu poder?
¿Por qué no hay manto real
que envuelva tu desnudez?
¿Dónde está tu pueblo?
Me corona el dolor de los inocentes.
Me retiene un amor invencible.
Me acompañan los desheredados,
los frágiles, los de corazón justo,
todo aquel que se sabe fuerte en la debilidad.
Mi poder no compra ni pisa,
no mata ni obliga, tan solo ama.
Me viste la dignidad de la justicia
y cubre mi desnudez la misericordia.
Míos son quienes dan sin medida,
quienes miran en torno con ojos limpios,
los que tienen coraje para luchar
y paciencia para esperar.
Y, si me entiendes, vendrás conmigo.
(José María R. Olaizola, SJ)






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