Gratuidad
En las relaciones buscamos la correspondencia. Dar y recibir. Un intercambio interesado en el que no haya pérdidas. Jesús propone un modelo contracorriente. Si le das al que puede devolver, no hay mérito. La grandeza está en dar a fondo perdido. Eso es generosidad.
Frente al interés personal, Jesús proclama que la generosidad con los pobres, sin esperar ser correspondido, es uno de los valores del reino. Esta tendencia es de todos los tiempos y culturas, por lo tanto también tuya, Dichoso serás si tienes un corazón generoso. Abre tu puerta al pobre.
La gratuidad es fuente de identificación con Dios. Normalmente amamos para que nos amén. Nuestra entrega la dosificamos dependiendo de lo que recibimos a cambio. Si me das, te doy. Si no recibo nada, me voy. Jesús nos anima a celebrar la vida, a vivir en modo banquete, invitar a quien más nos necesite. La verdadera recompensa no es la gratitud de las personas, sino la construcción del Reino Eterno de Dios.
Las cosas debemos aprender a hacerlas por el bien de los demás no por lo que podamos conseguir. Así construiremos un mundo desde la atención al que lo necesita y no por el oportunismo.
«Cuando des un banquete invita a pobres y serás bienaventurado porque no pueden pagarte» Amemos sin más, démonos sin límites, invitemos para encontrarnos a aquellos que no se encuentran con nadie.
En la dinámica del interés, lo que se da se pierde, y dar
a fondo perdido no tiene sentido. Tenemos que hacer prevalecer la dinámica del
don, de la generosidad, de la gratuidad. Dar sin esperar nada a cambio nos
sitúa en el camino del Reino. A la postre, somos lo que damos.
Examinemos: ¿cuál es la raíz de nuestras obras buenas?
Sinceramente, que sean por Cristo y para Cristo, y que la mano izquierda, no
sepa lo que hace la derecha.
Jesús nos enseña que amar significa dar sin esperar nada, y que hay más alegría
en dar que en recibir.
Señor, Tú amor es
siempre gratuito.
Invitas a tu mesa a todas las personas,
cultas e incultas, sanas y enfermas,
ricos y pobres, buenas y malas.
Me has invitado a mí, sin ningún mérito,
gratuitamente, sin buscar nada a cambio;
pues nada mío puede enriquecerte.
Nos abres de par en par las puertas de tu casa,
nos ofreces el regalo de tu amistad,
en tu Palabra, nos has revelado tus secretos,
compartes con nosotros tu Espíritu,
nos reservas un puesto en tu mesa
alimentas con tu amor nuestras hambres
y nos brindas una alegría nueva y eterna.
Sólo por amor. Todo por amor. Gracias, Señor.
Ayúdanos a ser gratuitos en nuestras relaciones,
a ir más allá de los sentimientos y del propio interés;
a abrir nuestro corazón y nuestra mesa
a los amigos y a la familia, por supuesto,
pero también a los que no podrán pagarnos,
a los pequeños, a los pobres, a los que están solos,
a los más necesitados, aunque no siempre lo merezcan.
Purifícanos y haznos parecidos a ti, Señor,
ayúdanos a amar gratuitamente, como Tú,
para entrar de lleno en el camino del Evangelio,
para gozar de la felicidad más grande. Amén.
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