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Te llama

 

"Id 
y proclamad que ha llegado 
el reino de los cielos". 
 (Mt 10,1-7).

Los discípulos son enviados por Jesús a una misión: anunciar que el reino de los cielos ha llegado. Por lo tanto, ni se predican a sí mismos ni anuncian un mensaje suyo. Jesús está en su origen, en el desarrollo de su misión y en el final. El discipulado lleva a la misión.

Llega el Reino de la manera más abrupta e inesperada. Llega como revelación fundamental. Descubrimos en un instante lo frágiles que somos, como todo a lo que dedicamos nuestras fuerzas se vuelve relativo y como todo se vuelve insignificante menos el amor. Abrazamos el Reino cada vez que nos disponemos a la donación de nuestra vida, al ponerla al servicio de los demás. El Reino nos envuelve cuando vemos personas que lo viven. En otras ocasiones cuando todo se nos cae, y solo queda Jesús sosteniendo nuestra vida.


También ésta es la hora de la misión, un momento de gracia para alentar, renovar y emprender con nuevo ánimo nuestro compromiso misionero. “Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte”
(Evangelii Gaudium, 164).

Abro mi corazón a tu amor. Con gozo escucharé cada día tu mandato, Jesús. Con gozo anunciaré tu Evangelio con gestos sencillos de acogida y de perdón.

 

 

Te llama

¿Sabes la noticia del día?
Jesús nos llama.
Nos llama a su despacho.
Nos llama Jesús.
¡Jesús!

Escucha:
Ahora mismo pronuncia tu nombre.
Te llama.
¿le oyes?
A ti.
Jesús.
Te está llamando.
Te está llamando…

Aquí no hemos venido ninguno por iniciativa propia.
No nos hemos juntado nosotros.
Estamos, porque él nos ha llamado.

Él te ha conocido primero.
Él ha llamado a tu puerta.
Él te ha invitado expresamente.
«Ven, sígueme».

Nos ha reunido de muchos sitios.
Nos ha juntado él.
Nos ha enviado él.

Jesús me invita
a expulsar espíritus inmundos,
curar enfermedades
y proclamar que el Reino de Dios está cerca.


(Patxi Loidi, Mar Rojo)


 

 

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