𝑺𝒊𝒍𝒆𝒏𝒄𝒊𝒐, el Rey 𝒅𝒖𝒆𝒓𝒎𝒆.

 


«Tomaron el cuerpo de Jesús
 y lo envolvieron en os lienzos con los aromas» 
(Jn 19,40).

Silencio… calma… espera… acompañando a María en su dolor. Pero tras la luz está la esperanza. Pronto triunfará la VIDA. Y seremos salvados

Allí estaban las mujeres que siempre lo acompañaban, su Madre, María Magdalena y junto a José, sintieron la soledad, el silencio, la amargura del llanto por un ser querido que no merecía aquella muerte.

𝑺𝒊𝒍𝒆𝒏𝒄𝒊𝒐, el Rey 𝒅𝒖𝒆𝒓𝒎𝒆. Un gran silencio reina hoy en la tierra,  un gran silencio y una gran soledad. El rey duerme, la tierra ha temblado y se ha calmado  porque Dios se ha dormido en la carne. ¡Todo se ha cumplido! ¡SILENCIO, JESÚS HA MUERTO!

Cuando uno se da generosamente espera dar fruto, es lo que llamamos sembrar. Jesús se ha dado por entero, no se reservó nada, lo dio todo, dio la vida. Esto tiene que dar fruto, generar esperanza. Este amor tan grande no se puede encerrar en un sepulcro. El darse, el amor entregado, es la esperanza de aquella Mujer y Madre a los pies de la Cruz junto al discípulo que la acompañaba.

Hora de estar junto con nuestra Madre y esperar con alegría y amor al que es el Amado de Dios Padre. Pronto estaremos gozando de esa gran manifestación de Dios en su Hijo.


Vive este día con María. La experiencia de la cruz ha sido tremenda. Junto al discípulo amado ha oído las últimas palabras de Jesús, su último suspiro.

Es la hora del dolor, de noche oscura. Es la hora de esperar el nuevo amanecer de la Pascua. Ella sabe que la última palabra no la tiene la muerte, sino la vida. La última y más hermosa palabra la tiene el Padre. Confía. Espera.

En la oscuridad que envuelve a la creación, María, la primera discípula creyente, permanece sola al mantener encendida la llama de la fe, esperando contra toda esperanza en la Resurrección de Jesús. La palabra de Jesús llenó siempre su corazón. Ahora, su hijo ha muerto, la mentira y el odio han apagado la voz del Amado. El mundo se ha quedado en silencio y a oscuras. Pero la luz de la esperanza sigue encendida en su corazón de madre.

Santa María de la esperanza, alienta nuestro caminar.

 

Manos del Sábado Santo

Hay manos que apartan losas
para que entre la luz,
que doblan sudarios
para liberar vidas,
que levantan a quien llora
doblado por ausencias.
Manos que señalan amaneceres,
que encienden hogueras,
y en la brasa preparan
un banquete para todos.
Manos que bendicen
cuando bailan,
cuando juegan,
cuando escriben
e interpretan música
que trae el eco de Dios.
Manos que en los muros
abren puertas
y en los desiertos
riegan esperanzas.
Manos que, en un gesto,
hablan de amor.
Hay manos
que no pueden estar más llenas
de tanto vaciarse.
 
(José María R. Olaizola, SJ)
 

 

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