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¡¡¡Vamos a responder!!!

 


«Se ha cumplido el tiempo 
y está cerca el reino de Dios. 
Convertíos y creed en el Evangelio». 
 (Mc1,14-20).

Hay algo de urgencia vital en las palabras de Jesús. No podemos ralentizar o posponer lo que Dios sueña con nuestras vidas. Entrar en el Reino es descubrirnos en la grandeza que Dios nos regala y esa misma grandeza desplegarla en toda la realidad. La existencia es densa en contenido divino. Son nuestros ojos poco entrenados los que pasan diariamente por delante de tesoros que se nos vuelven escondidos. Cuando el Señor nos llama nos limpia la ceguera y descubrimos que todo participa de la Gloria de Dios.

Jesús llega como con prisa: apremiando, despertándonos a los que vivimos soñolientos, demasiados tranquilos, instalados. Para que quede bien claro, desde el principio, que hay mucha tarea por delante. Vivamos la alegría del Evangelio.


Jesús es la luz del mundo y que nos llama a seguirle. Cuando seguimos a Jesús, podemos experimentar la transformación y la salvación que él ofrece.

Jesús busca colaboradores para llevar a cabo su obra. También a ti. A Pedro, Andrés, Santiago y Juan le propuso tareas nuevas. Y dijeron SÍ... ¿Tú qué contestas?

La llamada no es a no hacer nada, sino que es a vivir todo con Él. La llamada no es un contrato con muchas cláusulas, sino un encuentro personal donde está en juego la vida. "Venid conmigo", vamos a con Él, se trata de vivir con Él. La llamada es aquí, ahora y hoy. La llamada se da en la vida cotidiana, en medio de nuestro pequeño mundo del trabajo, de la familia, del ocio, de la vida. 


Una llamada que recibimos con otros, que nos llena de gozo. Es la alegría de estar y ser con Él. Sin miedo. Es una propuesta de relación, de cercanía, de amistad… De tarea, de servicio, de entrega, de generosidad. ¡¡¡Vamos a responder!!!



Hoy celebramos el Domingo de la Palabra de Dios.
La Palabra de Dios es Viva y Eficaz. Fuente de la Gracia de Dios, del Amor, la Paz y la Salvación. Alimento que nutre el Alma.

 

Llamada

¡No me mandes callar!
No puedo obedecerte.
Tu perdón me ha quemado como un fuego
y lo tengo que hablar
siempre y a todos,
aunque me lo prohíbas,
o aunque no me lo crean.
Si, por eso, me echan de esta tierra,
saldré hablando de Tí.
Diré que eres de todos,
siempre el mismo,
que tu amor no depende de nosotros,
que nos amas igual, aunque no amemos;
nuestro título ante Ti es la pobreza
de no amar.
Que eres voz que llama siempre
a cada puerta,
con nombre exacto, inconfundible;
que no pides nada,
das y esperas
el tiempo que haga falta;
que no fuerzas los ritmos de los hombres,
que no cansas,
no te cansas,
y que tu amor es nuevo cada día;
que te dolemos todos,
cuando no te buscamos.
Diré muchas más cosas:
que basta con mirarte en cualquier sitio,
porque todos son tuyos,
para ser otra cosa;
simplemente
para ser persona.
¡Señor, que chispa a chispa,
no me canse
de prender este fuego!

 
Ignacio Iglesias, sj

 

 


 

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