Siempre desborda y sorprende

 


“Encontraron a María y a José y al niño. 
Y a los ocho días, le pusieron por nombre Jesús”. 
(Lc 2, 16-21)

Los pastores, que pertenecían a la clase baja de la sociedad y pasaban media vida fuera de su hogar, vivían de forma solitaria, ruda, expuestos a las inclemencias del tiempo por velar por un rebaño que no era suyo. Ajenos a lo que ocurría en la ciudad o a lo decretaba éste o aquel líder de turno, fueron escogidos para recibir en plenitud la oración dada a Aarón para bendecir a los hijos de Israel (Nm. 6,22-27). El Señor iluminó su rostro sobre ellos, les concedió Su favor, les dio la paz...Y es que se les reveló una señal y fueron en busca de la misma. Y pudieron comprobar con sus propios ojos que lo dicho por las miríadas celestiales era cierto: encontraron un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lc.2:12). Y vieron a José; y vieron a María...


«María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón»
María escucha, acoge y conserva en su corazón. No todo se entiende. No todo es comprensible. Dios siempre desborda y sorprende. Ojalá podamos, como María, conservar todos los acontecimientos de la vida, las personas que encontramos y la Palabra escuchada cada día en lo profundo del corazón y hagamos de ella nuestra meditación constante y permanente. Y los pastores pudieron entender, por esa lógica sencilla de la que muchas veces carecen los sabios de este mundo (1Cor.3:19), que si el niño era el Mesías, el Salvador, entonces la mujer de la que había nacido bajo la ley (Gá.4:4) y que estaba a su lado, era la Madre del Señor; la Madre de Dios.

"Se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto". Alabar, agradecer, dar gloria es salir de la lógica de la utilidad, de lo productivo, de lo interesado. Vivimos muy atrapados por el cálculo, la eficacia y la rentabilidad. Y se nos olvida que no todo en la vida es trabajo. Ensombrece nuestra vida esa forma de vivir en modo "medio de producción". Somos hijos e hijas de Dios, no máquinas. Introduzcamos la alabanza, demos gloria, bendigamos, que es la forma de embellecer la vida.


Nuestro tiempo, vacío de paz, necesita una Madre que una a la familia humana. Miremos a María para ser constructores de unidad, y hagámoslo con su creatividad de Madre que cuida de los hijos: los reúne y los consuela. Todos padecemos carencias, soledades, vacíos que necesitan ser colmados. Cuando sintamos la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, acudamos a María, Madre de la Plenitud; cuando no consigamos desenredar los nudos de la vida, busquemos refugio en Ella. El mundo necesita mirar a las madres y a las mujeres para encontrar la paz, para salir de la violencia y del odio. Y toda sociedad necesita respetar, custodiar y valorar a cada mujer, sabiendo que quien hiere a una sola mujer profana a Dios, nacido de mujer. Encomendemos el nuevo año a la  Madre de Dios. Consagrémosle nuestras vidas. Ella, con ternura, sabrá abrirlas a la plenitud. Porque nos conducirá a Jesús, plenitud del tiempo, de todos los tiempos. ¡Que este año esté colmado del consuelo del Señor! (Papa Francisco)

En las manos de María ponemos este nuevo año para que Dios  nos bendiga, desborde, sorprenda y proteja.

Hágase

Hágase la luz en la tiniebla,
y la paz en la batalla.
Hágase la risa en el sollozo
y la cura en el desgarro.
Hágase susurro el grito amargo,
que brote la esperanza donde hay odio
y los muros nos impiden tender manos.

Que tu voz nos devuelva el paso firme
donde el miedo nos hizo descuidados.
Que se rompan los diques que retienen
un amor que no siempre regalamos.

Hágase tu verdad en nuestros ruidos,
Hágase tu palabra en nuestro canto.
Que tu reino se vuelva desafío.
He aquí tus hijos, fieles, esperamos
un respiro, más fe,
algún que otro abrazo.

Hágase, Señor, tu sueño eterno.
Hágase tu Vida en nuestro barro.


(José María R. Olaizola, sj)


 

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