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«Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Siento compasión de la gente»
 
(Mt 15,29-37)

El Adviento es para los que nos sabemos débiles, hambrientos y pecadores y acudimos a Jesús, el Salvador que se compadece, seca nuestras lágrimas, nos da de comer, anuncia su palabra de vida y de fiesta, y nos acoge a todos.

Adviento es ir tras la promesa de la fiesta, y la comida para los pobres, entre los pobres.

Aceptar esta pobreza, es clamar sin dudas a Dios, que viene a transformar nuestro luto en danza y nuestro desierto en mesa de fiesta. (Is. 25,6-10ª)

El Adviento debe activar la compasión. Nuestro gran problema es el individualismo. Vivimos tan centrados en nosotros mismos que invisivilizamos los problemas de los demás. Y pasar de largo ante el sufrimiento ajeno nos aleja de lo humano y por supuesto de lo divino. Estamos tan cerca de Dios, como la distancia que existe entre nosotros y la persona a la que menos queremos. Que bellas son las personas compasivas y misericordiosas.

A Jesús se acercan tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros. Él los hace hablar, los sana, comienzan a caminar, a ver y a dar gloria a Dios. Jesús se compadece y quisiera hacernos compasivos. Que nadie pase hambre si tenemos algún “pan” que dar.

Jesús nos propone un método de transformación de la realidad. Ser capaces de percibir la necesidad de los demás. Mirarlos con compasión. Poner en común lo que somos y tenemos. Dejar que sean sus manos las que los multipliquen. Dar y darnos.


Jesús, tú eres el Pan de la Vida.
Contigo quiero ser pan partido para mis hermanos.
Acoger tu llamada y continuar tu cena 
partiendo nuestro pan con el hambriento.

Jesús sana las heridas, ayer, hoy y siempre. Ha venido para darnos la Vida en abundancia. La amistad con Jesús nos compromete en la práctica de un amor activo y concreto a cada ser humano. Es hora de amar, de hacernos cercanos y solidarios con quien sufre, de que cada gesto exprese ese amor fraterno tan querido por Dios. 

Vemos a nuestro lado imágenes de pobreza, de soledad. Es momento practicar la verdadera fraternidad. Cada día del año es buen momento para compartir lo que somos y tenemos.

El banquete

La mesa está llena.
Se sirven manjares exquisitos:
la paz, el pan,
la palabra
de amor
de acogida
de justicia
de perdón.
Nadie queda fuera,
que si no la fiesta no sería tal.
Los comensales disfrutan
del momento,
y al dedicarse tiempo
unos a otros,
se reconocen,
por vez primera, hermanos.

La alegría se canta,
los ojos se encuentran,
las barreras bajan,
las manos se estrechan,
la fe se celebra…

…y un Dios se desvive
al poner la mesa.


(José María R. Olaizola, sj)


 

 

 

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