Valemos

 

«Tocamos la flauta y no bailáis, 
cantamos lamentaciones y no lloráis»  
(Lc7, 31-35).

En la vida nos hacemos los cómodos y preferimos estar quietos a ponernos en movimiento y hacer realidad nuestros dones. Lo peor, es que no permitimos que nos saquen de la comodidad para que la fe se extienda.

La generación de Jesús, como la nuestra, está indefinida y es incomparable. No se conmueve ante las situaciones de dolor y permanece indiferente ante las de alegría. La ausencia de sabiduría y el vacío de Dios la lleva a actitudes absurdas y horizontes estériles.

Sorprende que el mensaje de la salvación no sea mejor aceptado o que el Señor que no hizo otra cosa que amar, perdonar y sanar, sea mayoritariamente rechazado. Existe una verdadera discordancia entre la Buena Noticia y su aceptación cordial. Hemos de preguntarnos por ello.

Tenemos que conocernos mejor, agradecer más lo que nos rodea y a los que están con nosotros. Miremos la realidad con los ojos de Dios e intentemos ver su presencia en ella. El inconformismo que sea ante la injusticia, ante la opresión, ante el abuso... que nunca genere injusticia, abuso o carga a los demás.


"Mirad qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.
Eso decían de Jesús y eso pueden decirlo de muchos de nosotros. Pero es una aproximación tan superficial a lo que somos. El crédito que tenemos que dar a la valoración de la gente es muy relativo. Nuestro valor no depende de aplausos o críticas. De popularidad o anonimato. Valemos por lo que somos y amamos. La libertad más grande nos llega al ser mirados por Dios que nos ve hijos suyos, predilectos todos.

¿Por qué pensáis mal?

Hay profetas de calamidades,
campeones de la queja,
objetores de la compasión,
que siempre enarbolan una ley
con la que cerrar el paso al amor.
Hay guardianes de las esencias,
suspicaces habituales,
profesionales del 'pero',
que siempre tienen problemas
con la compasión desnuda.
Hay fariseos contemporáneos,
sembradores de sospechas,
desconfiados en serie,
que al mismo Jesús hoy
le pondrían falta.

Y él, de nuevo,
con el perdón por bandera.


(José María R. Olaizola, sj)


 

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