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Él siempre está

 


"Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas". 
(Lc 21, 5-19)

El templo es el espacio central de la religión judía, donde encontrarse con Dios. Un lugar lleno de belleza y esplendor. El año 70 los romanos lo destruirán. Un signo de que la esperanza no se puede asentar en construcciones, en bienes materiales. Sólo en Dios.

Los judíos asociaban la destrucción del templo de Jerusalén con la llegada del Reino de Dios, pero lo único cierto es que ese Reino solo llega, no cuando destruimos nada, sino cuando somos testigos y generamos Vida a nuestro alrededor.

El evangelio habla de conflictos, de catástrofes, de que todo se tambalea. Es cierto que nuestras vidas pasan por situaciones que nos superan, pero cuando miramos hacia atrás descubrimos lo acompañados que hemos estado. Hay quien siempre nos cuida, aunque a veces no vemos ni reconocemos sus pasos.

Ya estamos próximos al fin del año litúrgico. Por eso los evangelios de los últimos domingos del tiempo ordinario, nos muestran, con un lenguaje escatológico, acontecimientos singulares que hacen pensar en el fin del mundo.

 El Señor nos llama a estar preparados para el final de la historia y el encuentro definitivo con él. No nos infunde miedo sino valentía ante lo que vendrá, pues él mismo será nuestro auxilio.

Jesús nos previene sobre los que hablan del fin de los tiempos. El final es algo que se vive de manera personal. No pensemos tanto en apocalipsis y desastres y pensemos más en nuestros pequeños desastres personales que nos alejan de Dios. Pero Él siempre está.

Nuestra vida de discípulos nos hace seguir al Maestro y participar de su misión, aunque eso conlleva complicaciones y dificultades cuando se vive al estilo de Jesús. Es así, que el evangelio insiste en resistir para poder construir el reino de Dios en el hoy.

El camino de seguirle no es fácil pero sabemos que Él nos acompaña, tenemos que seguir. La perseverancia nos lleva a levantarnos, a mirar hacia adelante, a no perder el ánimo, a superar todo tipo de dificultades, a vivir con gozo ser sus discípulos.

 

En mi debilidad

En mi miedo,
tu seguridad.
En mi duda,
tu aliento.
En mi egoísmo,
tu amor.
En mi rencor
tu misericordia.
En mi “yo”
tu “nosotros”.
En mi rendición
tu perseverancia.
En mi silencio,
tu voz.
En mi ansiedad,
tu pobreza.
En mi tempestad
tu calma.
En mi abandono
tu insistencia.
En mi dolor,
tu alivio.



En mi debilidad,
tu fuerza.


(José María R. Olaizola, sj)

 

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