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La llama del Señor

"He venido a prender fuego a la tierra, 
¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!"  
(Lc 12, 49-53)

Muchas espiritualidades buscan la paz interior y la serenidad. Jesús siempre nos desestabiliza, nunca nos deja conformes y satisfechos. Su amor es un fuego en nosotros que siempre nos pide un paso más.

El fuego del que habla Jesús es su Espíritu Santo. No es un fuego que destruye, sino que da luz y calor. Es el fuego que vence a la frialdad y a la rigidez. Es el aliento de vida que resucita todas las realidades muertas. Es la creatividad y la intrepidez que da valor a lo cobarde y miedoso. Que arda pronto una Iglesia que ilumine a un mundo en oscuridad.

 
Enciende en mi corazón la llama de tu amor, 
bautízame con tu Espíritu Santo, 
para ser testigo de tu amor y de tu paz en el mundo.

Jesús trae un fuego que nos mueve por dentro a hacer y vivir por fuera. Es un fuego que prende en el corazón y mueve las manos para transformar, la boca para anunciar y las piernas para hacer camino. Un fuego que no nos deja quedarnos quietos.

El Señor habla de ese fuego que provoca ardor saludable y vital en el corazón. Ese ardor tan necesario en el evangelizador misionero, y tan escaso en el viejo continente. La abundancia de vida licuada apaga los ardores del corazón y deja poco margen al entusiasmo pastoral.

"Ardo de amor por ti. Te como con la mirada. Cada lágrima, cada risa, en mi memoria se han grabado. Quiero curar tu herida si me la das. Si por un segundo vieras cómo te miro, no querrías ver nada más". Nos dice el Señor

Dios te ama con locura y busca que te encuentres con Él. Dios escribió en tu corazón un deseo de plenitud apasionado. ¿Te apasionan las cosas de Dios? La paz no es ausencia de problemas, es plenitud en Jesús. Ponte en camino.


En nuestra oscuridad enciende la llama de tu amor, Señor.
 
Mi corazón es pobre, Señor.
Yo me siento de barro,
soy como arcilla abandonada,
que espera las manos del alfarero.
Pon tus manos y tu corazón, Señor, en mi miseria,
y llena el fondo de mi vida de tu misericordia.
Protege mi vida, sálvame, que confío en ti.
Me encuentro a oscuras, desorientado, perdido.
Enciende tu llama de amor en mi corazón,
para que pueda caminar por tus sendas,
cumpliendo en todo tu voluntad.
Guíame por los caminos de la vida,
para que no tropiece ni me hunda,
para que pueda avanzar cada día,
hasta que llegue a la meta de mi vida,
que es el encuentro definitivo contigo, 
que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
 
 




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