Escalera para el cielo



 “El que quiera venirse conmigo, 
que se niegue a sí mismo,  
que cargue con su cruz y que me siga”. 
(Mt 16,24-28)

Jesús nos pone como condición para seguirle: “que cargue con su cruz y le siga”. Sabemos que seguirle significa cargar con la cruz. Pero, ninguno estamos conformes con la que llevamos. Creemos que la nuestra pesa demasiado. Que otros llevan cruces más livianas, que pesan menos y duelen menos.

Y nos olvidamos que Dios nos regala cruces a nuestra medida. Dios no nos carga cruces que no podemos llevar. Por eso, Jesús no dice “cargue con la Cruz” sino “con su cruz”. La nuestra. Esa que queremos cambiar por otra.
Pero, que al final, nos damos cuenta de que es la única que pueden llevar nuestros hombros. Que es la única que lleva inscrito nuestro nombre.

 Tu cruz lleva tu nombre. Solo tú puedes llevarla. La mía lleva mi nombre. Y solo yo puedo llevarla. Cuando las intercambiamos resultan más pesadas.

  La cruz de cada día es nuestra escalera para entrar en el cielo. No pretendas recortar ni la tuya ni la de los demás. No sea que luego, esa escalera se quede corta y no podamos llegar tan alto.
 

 Quien ama encuentra la cruz.
No hace falta buscarla, porque llega sola. 
Sólo hay que acogerla y seguir a Jesús. 
La Cruz de Jesús es una declaración de amor. 
Es la Cruz que nos redime, nos reconcilia, nos abre la Puerta. 
Sólo Dios puede hacer surgir Luz del seno de las tinieblas. 

Fuente de gracia, impulso de maduración humana y espiritual: ES LA CRUZ! Signo con el cual, fuimos bautizados, insertados en la vida en Cristo.

Es en la cruz donde Jesús "triunfó". 
Su "éxito" no correspondió al ideal humano de poder, prestigio o conquistas. 
Al contrario, marcó un  camino de entrega, sacrificio, amor, servicio. Realmente triunfó pero ante el ideal humano aparentemente fracasó.

Señor: enséñame a amar mi cruz de “cada día”.
Señor: enséñame a llevar mi cruz de “cada día”.
Por ejemplo: la de hoy.

Dar hasta que duela.

El amor, para que sea auténtico, tiene que pasar por el crisol del sufrimiento.

Si Cristo no hubiera derramado su sangre, no hubiera llegado la salvación.
Sin sufrimiento, nuestro amor y caridad no sería más que una asistencia social, pero no sería el verdadero amor redentor.

Sólo compartiendo con el prójimo sus sufrimientos, siendo parte de los que sufren, podemos redimirlos, podemos llevarlos a Dios y hacer que Dios, que es Amor, entre en sus vidas.

Un amor que no está dispuesto a compartir los sufrimientos con la  persona amada, en el fondo no es más que un egoísmo disfrazado.

Hay que amar hasta que duela.

El dolor es la prueba del verdadero amor.

Dime cuanto sufres y te diré cuanto amas.
El dolor por sí mismo, independiente del amor, conduce al masoquismo o a un orgulloso estoicismo.
Lo que no se asume, no se redime.

Solamente los que son capaces de bajar al infierno de la desesperación de los pobres, podrán sacar de la miseria material y espiritual a los marginados. 


 

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