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Fidelidad y amor

 


"Yo les he dado la gloria que tú me diste, 
para que sean uno, 
como nosotros somos uno; 
yo en ellos, y tú en mí, 
para que sean completamente uno." 
 (Jn 17, 1-2. 9. 14-26)

 

Jesús nos adentra en su forma de orar al Padre. Le habla con una intimidad y confianza contagiosa. Destila cariño y afecto. Jesús desea lo que Dios desea y le pide su gran sueño: "que seamos uno". Un solo corazón, una sola alma, que viva en todas las personas que nos reúne el mismo amor.

Jesucristo, sumo y eterno sacerdote, intercede ante el Padre. Le pide que estando en el mundo, y no siendo de él, no los retire, sino que los proteja del maligno. El mundo no entendido en un sentido físico, sino como lugar donde vivimos el “ya pero todavía no”

"Que el amor que me tenías esté en ellos". Mira una cruz y fíjate en el regalo tan grande que Jesús es para ti. Ahora, mírate en un espejo y fíjate en el regalo tan grande que tú eres para el mundo. Dios te hizo tan bien...

 Celebramos hoy a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote que en la última cena nos dejó el legado más hermoso y la historia de amor jamás contada entre Dios y los hombres: un pan partido y una copa rebosante.

Que se entrega por vosotros, que se derrama por vosotros. Esta es la clave del sacerdocio cristiano: la entrega por los demás.

Demos gracias a Dios Padre por su Hijo, único sacerdote y por los que Él ha elegido para que configurándose con Él den testimonio constante de fidelidad y amor.

 

Te adoro

Porque nos amas, tú el pobre.
Porque nos sanas, tú herido de amor.
Porque nos iluminas, aun oculto,
cuando la misericordia enciende el mundo.
Porque nos guías, siempre delante,
siempre esperando,
te adoro.

Porque nos miras desde la congoja
y nos sonríes desde la inocencia.
Porque nos ruegas desde la angustia
de tus hijos golpeados,
nos abrazas en el abrazo que damos
y en la vida que compartimos,
te adoro.

Porque me perdonas más que yo mismo,
porque me llamas, con grito y susurro
y me envías, nunca solo.
Porque confías en mí,
tú que conoces mi debilidad,
te adoro.

Porque me colmas
y me inquietas.
Porque me abres los ojos
y en mi horizonte pones tu evangelio.
Porque cuando entras en ella, mi vida
es plena,
te adoro.

(José María R. Olaizola, sj) 
 

 

 

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