Vida iluminada

 


«Yo he venido al mundo como luz» 
(Jn 12,46)

Creer en Jesús es creer en quien lo envía. Verlo a él es descubrir al que lo envía. El Padre es quien lo envía y quien le dice lo que decir y como hacerlo. Vive en comunión con el Padre. Abandonado en la obediencia. Poner en él nuestros ojos para vivir como él.

"No he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo". Y a nosotros nos vendría muy bien seguir esa misma actitud. No estamos para juzgar a nadie, sino para ayudar a tener experiencias de liberación y salvación. La vida es suficientemente dura como para añadir complicaciones. La fe no añade cargas pesadas o yugos insufribles. Jesús vino a dar descanso y a sanar las vidas. A compartir con nosotros su vida abundante.

Jesús siempre nos está conduciendo a su Padre. Su relación es tan buena que no podemos imaginarla. Creer en el Señor es vital, es central. El que no cree no vive; deambula por el mundo, sumido en la oscuridad, sin saber a dónde va. Así, es natural que tropiece, resbale, caiga, se lastime e incluso que pierda la vida.

Vivimos tiempos de oscuridad en donde Dios se hace cada vez más necesario. 


CRISTO ES LA LUZ DEL MUNDO Y ESTÁ PARA QUE NO CAMINEMOS EN LAS TINIEBLAS

En medio de tanta oscuridad, ¡qué hermoso contemplar el rostro iluminado de Jesús! Es como abrirse a la luz de una mañana. Creer en ti es vivir en la Luz del Amor, en la certeza de que Tú alumbras nuestros pasos. Sal a la vida reflejando ese rostro en tus obras.

Ser hijos de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Significa caminar en el amor, sin odios o rencores porque quien ama a su hermano permanece en la luz.

Una luz para que no se apague nuestra fe. Es la fe la que nos mantiene unidos a Él y al Padre. Es la ruptura de las miedos, de las inseguridades, de las dudas... la superación de esas tinieblas que nos hacen permanecer en la noche oscura del sin sentido.

Recibe la fuerza iluminadora: Jesús llama a nuestra puerta, ingresa por la ranuras, para llenarlo todo de luz. Somos creados, para recibir y transmitir la luz salvífica del Evangelio.

San Bernardo exhortaba: "Si alguna vez te alejas del camino de la luz y las tinieblas te impiden ver el Faro, mira la Estrella, invoca a María. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María”.

 


Tú, Señor, eres luz para el mundo.

Eres bondad, eres ternura.

Llena de claridad sus zonas oscuras.

Señor, tu único deseo es que yo construya mi casa en ti

y viva bajo tu luz.

Brilla en las obscuras profundidades de mi corazón

y condúceme, a mí y a todos los otros,

a la plenitud de vida que tú nos ofreces.


 

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