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Echa tu red

 


“Me voy a pescar” (Jn 21,1-14)

Jesús se aparece resucitado por tercera vez a siete de sus discípulos. Les pide pescado y no tienen. Dice donde echar las redes para encontrarlo. Lo hicieron y no podían sacarla. Nuestra labor puede ser estéril. Sólo en su Palabra hallaremos siempre en abundancia.

"Jesús se presentó...". Cuando todo parece que nos sale mal, que los astros han confabulado contra nosotros... aparece Jesús para ofrecer otra alternativa, quizás descabellada, quizás irracional... Pero es Jesús, su lógica es ilógica para nosotros. Echa tus redes...

Con Jesús, el Resucitado, todo se transforma. Pesquemos en medio de nuestro mundo, compartamos la alegría de encontrarnos entre nosotros y con el Señor.

Dios nos quiere repletos de vida. Las redes vacías, vidas vacías, corazones vacíos, palabras vacías, hablan de existencias precarias. La abundancia nace de la cercanía de Jesús que nos llena de frutos. Si permanecemos unidos a Él se nos regala fecundidad y frutos del Espíritu Santo.

El sentirse amado por Jesús, el amar mucho al Maestro le lleva, al "discípulo a quien Jesús amaba", a dar el mejor, el más profundo, el más sentido, el más verdadero de los testimonios: «Es el Señor». Ya todo deja de tener oscuridad, se llena de luz.

Resucitemos con Jesús, recibamos la mirada diáfana que le reconoce en las cosas sencillas de cada día. Exclamemos gozosamente: ¡Es el Señor!

El que ama descubre la presencia de Dios en su vida y en todo lo que le rodea. Jesús siempre está en nuestra orilla y nos espera con su amistad. Llega de forma gratuita e inesperada. Mira tu vida cotidiana con calma, para que descubras una presencia. Acoge hoy a las personas que vengan a ti y al final del día celebra en la oración tantas visitas inesperadas de Jesús.           

Con mi candil encendido te espero para llamarte ‘mi Señor’ cuando llegues.    

Desde que tú te fuiste no hemos pescado nada.
Llevamos veinte siglos echando 
inútilmente las redes de la vida
y entre sus mallas sólo pescamos el vacío.
Vamos quemando horas y el alma sigue seca.
Nos hemos vuelto estériles
lo mismo que una tierra cubierta de cemento.
¿Estaremos ya muertos? ¿Desde hace cuántos años
no nos hemos reído? ¿Quién recuerda
la última vez que amamos?

Y una tarde tú vuelves y nos dices: 
«Echa tu red a tu derecha,
atrévete de nuevo a confiar, abre tu alma,
saca del viejo cofre las nuevas ilusiones,
dale cuerda al corazón, levántate y camina.»
Y lo hacemos, sólo por darte gusto. Y, de repente,
nuestras redes rebosan alegría,
nos resucita el gozo
y es tanto el peso de amor que recogemos
que la red se nos rompe, cargada
de ciento cincuenta nuevas esperanzas.
¡Ah, tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,
camina sobre el agua de nuestra indiferencia,
devuélvenos, Señor, a tu alegría!

J.L. Martín Descalzo


 

 

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