La luz de Dios

 


«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!» (Lucas 9, 28-36)

Domingo de la transfiguración. En la cima del monte es donde siempre se posa el primer rayo de luz. Vivir es la fatiga y la alegría de liberar toda la luz y la belleza que Dios ha depositado en nosotros. (Ermes Ronchi)

En el monte se produce un encuentro único y transformador de Jesús con Dios, su vida se llenó de luz, una luz que lo transformó de tal manera que aquellos discípulos lo vieron como alguien completamente nuevo. El encuentro con Dios fue totalmente transformador.@Pontifex_es.


Como los discípulos, también nosotros necesitamos la luz de Dios, que nos hace ver las cosas de otra manera; nos atrae, nos despierta, reaviva el deseo y la fuerza de rezar, de mirar dentro de nosotros y dedicar tiempo a los demás.

El motor de nuestra vida es la esperanza. No todo es oscuridad y temor. Pero para notar esa luz que cambia, debemos estar atentos, despiertos, pendientes. Abre tu corazón y déjate transformar por ella.

Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaba. La intensidad y profundidad de la oración nos cambia, nos transfigura. La relación con Dios, y con su palabra, nos eleva y nos invita a contemplar y escuchar. A descubrirnos hijos en el Hijo.

Dejémonos transfigurar por él para que nuestros sentimientos sean los suyos.

 


Luz sin sombras

Eres la luz,
pero no una luz de sol
que baña las criaturas
en las orillas de la piel.

No eres la luz
que deslumbra las miradas,
ni con tu fulgor
diluyes todo lo viviente.

Tú eres la luz
que nos haces visibles desde dentro,
amaneces cada día
en el interior de los cuerpos
por el oriente infinito
de nuestro deseo,
enciendes toda criatura
y vuelves transparente
el celemín que te encubre
en nuestra noche.
Toda luz crea sombras,
pero tú eres luz que las disipa.

¡Tantas criaturas
beben ansiosas cada noche
su ración de luces pasajeras
en vasos seducidos!
Cuando yo las mire,
¿les brillará en mis ojos
el reflejo amigo
de tu luz, de su luz,
que las habita
y desconocen?


(Benjamín G. Buelta, sj)


 

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