Compasivo y misericordioso

 


"Misericordia quiero y no sacrificios" 
(Mt 9,9-13)


Cuando miramos a los demás con las gafas de los prejuicios tendemos a pensar mal y a condenarlos. Y una vez condenados obramos en consecuencia. Y con nuestro comportamiento no contribuimos en absoluto a que crezcan, a que sea mejores, a que crean en sí mismos, a que se superen, a que lleguen a sacar todo su potencial, a que lleguen a convertirse en su mejor versión. Con nuestros prejuicios y con nuestros juicios más bien contribuimos a levantar muros que les resultan cada vez más difíciles de derribar. 

La manera en la que tratamos a los demás, describe la forma en que tratamos con Dios. La palabra de condena o el susurro de la misericordia. La mirada de compasión o la ojeada de rechazo. La acogida del perdón o el juicio implacable. Jesús viene por los pecadores. 


 

Jesús fue un hombre de mirada profunda. Por eso llega a elegir a alguien que otros nunca hubieran elegido: a un cobrador de impuestos, que colaboraba con el poder ocupante –Roma-, que pertenecía a un grupo con muy mala fama en la sociedad de su tiempo… Y, sin embargo, Jesús ve en él un ser humano, una criatura de Dios capaz de algo más de lo que hace en ese momento. Y le dijo “Sígueme”. ¡Qué pensaría Mateo en aquel preciso momento en que aquel hombre que pasaba y le miraba con cariño le dijo: “Sígueme”? Tampoco lo sabemos. Pero sí sabemos que aquel día le cambió la vida.

Para Jesús la mejor forma de demostrar el amor a Dios es cuidando de sus hijos: Andad, aprended lo que significa «Misericordia quiero y no sacrificio».

Ser misericordiosos: mirar como hermanos, acoger al prójimo, perdonar de corazón, amar sin medida, comenzar de nuevo, mirar con ternura... como Dios hace con nosotros.

Dios no quiere cultos de quien desatiende a sus hijos. Que cuidemos de los demás es su mejor regalo.

"No he venido a llamar a justos sino a pecadores", dice Jesús. Qué tentación terrible la de sentirnos nosotros en el lado de los justos y ver el pecado siempre en los demás. Nos deja fuera de la lógica de la misericordia. Nos inhabilita para amar y para ser amados

El Señor es compasivo y misericordioso, y quiere corazones vueltos a nuestras miserias y no al orgulloso en sus sacrificios. Por ello la perfección tiene que ver con el ser misericordiosos, no con ser indiferentes ante la necesidad del prójimo.

 


Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque nos amas, tú el pobre.
Porque nos sanas, tú herido de amor.
Porque nos iluminas, aun oculto,
cuando tu ternura enciende el mundo.
Porque nos guías, siempre delante,
siempre esperando.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque nos miras desde la congoja
y nos sonríes desde la inocencia.
Porque nos ruegas desde la angustia
de tus hijos golpeados,
nos abrazas en el abrazo que damos
y en la vida que compartimos.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque me perdonas más que yo mismo,
porque me llamas, con grito y susurro
y me envías, nunca solo.
Porque confías en mí,
tú que conoces mi debilidad.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque me colmas
y me inquietas.
Porque me abres los ojos
y en mi horizonte pones tu evangelio.
Porque cuando entras en ella, mi vida es plena.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
y te pido que me ayudes a ser misericordioso.


Adaptación de una plegaria de J.M. Olaizola.


 

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