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Nos ama

 



«Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él» 
(Jn 3, 14-21)
 
Hoy es el domingo llamado "alégrate". Y para inculcarnos la alegría, la liturgia ha elegido el camino correcto: simplemente nos ha presentado el motivo de nuestra alegría: Dios nos ama, con un amor grande y eterno hasta el punto de darnos a su único Hijo.
 
¿Vivo consciente de que Dios Padre ha enviado a su Hijo al mundo por a mí?
 
No somos conscientes del todo de que el amor de Dios es inmenso, gratuito, desinteresado, un amor hasta el extremo... hasta el punto de entregarnos a su Hijo para nuestra propia salvación.
 
Hay quien está dispuesto a dar la vida por ti. No es que lo merezcas, es porque te ama. Menudo alegrón, ¿no?
 
Dios no dice "Prometo amarte mientras me ames", Él te ama siempre.
 

Lo más importante de la vida no son nuestras obras, méritos o fracasos. Lo más importante es que hemos sido amados gratuitamente y ese amor es una luz que nos permite vivir con alegría y esperanza.
 
En los momentos de perdida, mirarle. Cuando la duda nos abrume, mirarle. En las encrucijadas del camino, mirarle. A lo largo de la vida, buscarle. En la soledad, acercarnos.
 
"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna". Tanto, de cantidad como de calidad. Es tan desproporcionada la diferencia entre nuestra respuesta, y su ilusión al llamarnos, que no hay más posibilidad que "Adorar y confiar". No salvan nuestras obras, nos salva su misericordia.




 
Padre, tanto nos amaste que Jesús, tu Hijo, se hizo humano como nosotros, se sometió a la limitación del tiempo, a los rigores del frío y el calor, el hambre y el fracaso, la cruz y la muerte.
Padre, tanto nos amaste que Jesús, tu Hijo, nos regaló su Palabra para convencernos de que en tu corazón sólo hay amor, compasión y perdón.
Padre, tanto nos amaste que Jesús, tu Hijo, curó enfermos y resucitó muertos para mostrarnos que el amor es más fuerte que el mal y la muerte.
Padre, tanto nos amaste que Jesús, tu Hijo, quiso quedarse entre nosotros en el pan de la Eucaristía, en la luz de su Palabra, en la comunidad de los creyentes, en el corazón de todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Padre, tanto nos amaste que nos envías a muchas personas buenas, que nos invitan a seguir el camino de la verdad, la justicia, el amor y la entrega.
Padre, tanto amas a la humanidad que me llamas a mí, pobre criatura tuya, y me envías para que sea portavoz de tu Palabra y portador de tu amor. 
 Gracias, Padre, por tanto amor. Mil gracias, Padre



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