La tierra buena


«El que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno». 
(Mt 13, 1-23)

Jesús nunca fue un predicador aburrido o un ideólogo frío. Con sus parábolas, inmediatamente logra fascinar a su audiencia al involucrarlo en el esplendor de los símbolos, en la espontaneidad de las experiencias, en la vida cotidiana de las referencias. Habla de la vida.

Podemos ver y no mirar. Oír y no escuchar. La Palabra, la semilla, la tierra, el fruto, precisan de la mirada que va más allá de lo que vemos, y de la escucha a una palabra llena de oportunidades, de fecundidad, de vida.

Con delicadeza deja caer la semilla de su Palabra en nuestro corazón. Sabe cuando es el tiempo de la sazón. Sabe esperar y confiar. Nos ama, nos deja la mejor de las semillas, nos espera y conoce nuestras posibilidades.

La parábola del sembrador nos dice que a pesar de las adversidades, el terreno pedregoso, las malas hierbas que amenazan y sofocan la semilla, el cultivo es en última instancia abundante donde la semilla puede echar raíces. Nuestra tarea es abrir el corazón a la Palabra.

La Palabra de Dios recrea, orienta y transforma. Escúchala, saboréala despacio. Descúbrela como clave de nuestro caminar.

Escuchar la Palabra, rezarla, hacerla nuestra, llevarla a la vida. Ser tierra buena. Dejar que el sembrador actúe en nosotros... y compartir la semilla

El corazón fecundo silencia y escucha. Presta atención a la Palabra que Dios le dirige. Se deja transformar y pone en juego sus talentos. Cuida su vida de fe y se une a otros para construir juntos el Reino. El sembrador no deja cada día de depositar en nosotros nuevas semillas.



Seamos como María, la tierra buena, donde Jesús pueda crecer y fructificar, para la vida del mundo. La Madre de Dios colaboró a convertir el agua en buen vino. Ella prepara el campo para que caiga la buena semilla, para que el agua no resbale y crezca la semilla de la fe que está depositada en nuestro corazón.





Señor, estoy seguro
de que tu simiente está en mi interior,
pero he de reconocer
que soy muy superficial.

Me cuesta mucho entrar dentro de mí mismo
en esa buena tierra donde tú germinas en mí.

Como excusa, podría decir que
no tengo tiempo ni de estar conmigo mismo.

Ya sé que es tanto como confesar
que yo no vivo sino que me viven,
que soy como una marioneta.

Y, lo peor es que seguramente es verdad.

Enséñame a buscar en mi vida
no sólo la cantidad,
sino también la calidad,
porque, a pesar de todo,
intuyo que lo mejor eres Tú.


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