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De la mano de Jesús



«En el principio existía el Verbo, 
y el Verbo estaba junto a Dios, 
y el Verbo era Dios» 
(Jn 1, 1-18)

Termina un año y llega el momento de hacer balances.
Quizás las cuentas no cuadren, pero en cualquier caso estamos invitados a alabar y agradecer al Señor, porque "todo contribuye al bien de los que aman a Dios".
¡Esta es además la mejor manera de recibir el año nuevo!
Termina el año de la mano de Jesús.

Acabar el año es cerrar un ciclo y prepararse para abrir otro.
Nada va a cambiar entre nochevieja y año nuevo si no se acogen con gratitud, con novedad y asombro los rayos de sol del primer amanecer.
 Si no sentimos que cada día es una oportunidad para renovar la vida.

Estamos llamados al silencio, la palabra, la vida, la luz.
No vivas del ruido, la incomunicación, la muerte ni las tinieblas.
Ni dejes que otros lo hagan.
Como Juan Bautista en su tiempo, eres testigo de la luz.
Que en el año que comienza podamos avanzar en este camino.
El Verbo existe desde el principio.
Es la Palabra, la vida, la luz, el bebé que nos ha regalado la gloria de Dios.
El lenguaje joánico es profundo y nos adentra en el Misterio.
Nos invita, terminando un año, a volver al Génesis de nuestra vida y nuestra historia.
Frente a la apariencia de las luces y los ruidos de estos días, Jesucristo, Palabra definitiva del Padre y Luz verdadera que ilumina las tinieblas, sigue llamando a la puerta de nuestra historia, para revelarnos al Padre y darnos su misma vida y su mismo amor.
La Palabra es el Señor, la Palabra es ese niño que nace, que se hace uno de nosotros.
En medio del mundo, al lado del hombre.
Es luz, vida, presencia... no podemos dudar de esta realidad


La Palabra se hizo carne,
para hablar en gestos
y profetizar amores.

Se hizo frágil,
para romper certidumbres
y derribar fortalezas.

Se hizo niño
para crecer aprendiendo
y enseñar viviendo.

Se hizo voz,
en el llanto de un crío
y en las promesas de un hombre.

Se hizo brote
que en el suelo seco
apuntaba hacia la Vida.

Se hizo amigo
para anular soledades
y trenzar afectos.

Se hizo de los nuestros
para enseñarnos
a ser de Dios.

Se hizo mortal,
y atravesando el tiempo
nos volvió eternos.

José Mª Rodríguez Olaizola, sj





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