El tesoro




"No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra... 
haceos tesoros en el cielo" 
(Mt 6, 19-23)

Lo que llena nuestro corazón, lo queramos o no, es lo que da sentido a nuestra vida.
La cuestión es de qué llenamos nuestro corazón.

Hay tesoros que atrapan la vida y no llenan el corazón.

Hoy me dejaré preguntar por Ti
¿Dónde está mi tesoro?


Pidamos al Señor el don del discernimiento, para conocer su voluntad y poner el corazón sólo en Él, el tesoro verdadero, que no perece ni se corrompe.

Padre Celestial que no enseñas que los verdaderos tesoros los debemos tener en el cielo donde nada lo corroe, ni lo pueden robar, que en esta tierra seamos ricos en lo que damos cada día.

La pureza de intención es necesaria para que nuestras obras tengan valor ante Dios.
Y Él nos dará nuestro justo pago por esas buenas acciones.
Nada de lo que hagamos quedará sin recompensa.
Sea bueno o malo.
Y esa recompensa la recibiremos sea aquí en la tierra o en el cielo.


Dios lo invirtió todo en el hombre.
Porque creía en el hombre.
Porque el tesoro del corazón de Dios es el hombre.
Por eso el corazón de Dios está en el hombre.
Somos su tesoro.
¿Será él el nuestro?

Un Rey se ha hecho el encontradizo en tu vida, y te ha dicho, y me ha dicho, y nos ha dicho: 
“No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben”.



Cuando te has olvidado de ti mismo,
cuando te has agotado en el servicio a los últimos,
cuando has vencido la tentación de cualquier apego,
cuando has aceptado el sufrimiento como compañero,
cuando has sabido perder,
cuando ya no pretendes ganar,
cuando has compartido lo que tú necesitabas,
cuando te has arriesgado por el pobre,
cuando has enjugado las lágrimas del inocente,
cuando has rescatado a alguien de su infierno,
cuando te has introducido en el corazón del mundo,
cuando has puesto tu voluntad en las manos de Dios,
cuando te has purificado de tu orgullo,
cuando te has vaciado de tanto acopio superfluo,
cuando te sientes herido...
brilla en ti, gratis, la luz de Dios,
sientes su presencia irradiando frescura primaveral,
y su perfume te envuelve y reanima.

Ya no necesitas otros tesoros.
Dios te acompaña,
te habla,
te protege.
Te sientes esponjado en un mar de dicha...
Es el mejor tesoro,
que se te ofrece gratis,
para que disfrutes ya lo presente,
para que lo compartas con tus hermanos;
y camines firme
y sin temor.


Adaptación de una plegaria de Florentino Ulibarri



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