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Transparencia de Dios



“Había un hombre rico... 
y un mendigo llamado Lázaro 
estaba echado en su portal” 
(Lc 16,19-31)  

Es difícil decir a quien carece de lo necesario, que no anhele ni deposite su confianza en la riqueza.
Es necesario trabajar para que todos puedan vivir dignamente.
Más allá de eso, el apego a los bienes del mundo, conduce al vacío y la frustración.

En un mundo de ricos y pobres, de poderosos y oprimidos, no es posible la paz.
Sólo si somos capaces de compartir, de equilibrar la balanza entre el norte y el sur, entre los privilegiados y los marginados, podremos crear una humanidad nueva, fraterna, donde reine la justicia.

Parábola de los que lo tienen todo y están eternamente aislados de la vida. 
Es trágicamente cierto que el infierno puede comenzar en la tierra.
Y el cielo también cuando crecemos en comunión, cuando vivimos no dándole la espaldas a nuestros hermanos necesitados.



Epulón lo tiene todo en esta vida, y, sin renunciar a nada, quiere también los bienes de la otra.
No sé puede ser más rico.
Ni tampoco estar más engañado.
Cuidado.

A veces nos sentimos como Lázaro: pobres, olvidados, hambrientos...
Y Dios sale a nuestro encuentro y nos da mucho más de lo que podríamos siquiera soñar.
El Señor es para nosotros riqueza, cercanía, pan de vida.
Damos gracias.

Pero no podemos negar que en muchísimas ocasiones nos parecemos más al rico Epulón: satisfechos, egoístas, insensibles...
Y Dios nos advierte cuál es la meta de este camino: el sufrimiento, la angustia, la soledad...
Dios nos llama a la conversión, porque quiere la salvación, la felicidad de todos.

La sociedad actual está llena de pobres.
Gente que sufre, y no sólo por la falta de dinero o bienes materiales.
Busca su dolor, hazte cercano a ellos.
Apacigua su pena.
Esa es la verdadera caridad

Estamos llamados a ser transparencia de Dios.
Él consuela a los pobres e invita a los ricos a abrir su corazón a los necesitados.

Mientras esperamos y buscamos que sucedan milagros para creer, Jesucristo sigue presente, llamándonos a la conversión, en cada persona y en cada acontecimiento.

Jesús, Tú me conoces bien.
Dame fuerzas y una mirada espiritual para descubrirte en mis familiares, en mi vecino, en mi colega de trabajo, en todas las personas que me rodean; tanto con las que me llevo bien, como con las que me caen mal.
Que te vea tanto en el mendigo como en el rico, en el que carece de todo como en el que le sobra, y que pueda transmitirte a ellos.
Que mi gran ilusión sea servir y ayudar a mi hermano en todas sus necesidades que me sea posible, para hacer su yugo más leve.



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