Hijo de la luz



“¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín 
o debajo de la cama, 
o para ponerlo en el candelero?” 
(Mc 4,21-25)  

Me gusta ver crecer los días, ver cómo la luz gana poco a poco terreno a la oscuridad.
 Jesús, Luz del mundo, nos invita a ser luz para los demás.
Luz que despeja el camino y pone un rayo de esperanza en vidas oscurecidas por el dolor y la adversidad.
Luz hecha de amor solidario.

El agua, para calmar la sed.
El cristiano, para iluminar la oscuridad.
Cada cual, para su fin Ser lo que uno es.

Desde el día de mi bautismo 'hijo de la luz' ¿por qué tantas veces escondo mi ser cristiano debajo de la cama o de un canasto?

La fe que transforma, la que interpela, la que nos saca de la comodidad y seguridades para llevarnos hacia los demás, a los pobres, los necesitados.
Fe que despierta la conciencia y moviliza todos los resortes de nuestro ser en favor del hermano.
Señor, auméntanos esa fe.

El templo y el oratorio sólo están en el corazón.
Ni en Jerusalén ni en el Monte Garizín.
"En espíritu y en verdad".
Lo que no esté en ti, no será, por mucho edificio o lugar sagrado que se levante.
La fe en la vida y en Dios, y el amor a Dios y al prójimo, están dentro de ti.

Llenos de fe, mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos y fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad

Más vale un gramo de ternura entregada que todo el oro del mundo.
Quien ama, lo sabe.

Jesús nos pide atención:
"La medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces." 
Siento las críticas, difamaciones, chismorreos, que dice el Papa, sin alma, desalmados, que se dejan correr como pólvora cruel, y que provocan cúmulos de sufrimiento.
"Bendecid. No maldigáis."

Cada uno da lo que recibe.
El Espíritu de Dios nos ilumina y nos hace humildes; el espíritu del mundo nos ciega y nos vuelve orgullosos.





María, 'lámpara para nuestros pasos' en nuestro oscuro caminar...

Dios mantuvo oculta a María para que, llegado el momento preciso, nos deslumbráramos con la belleza de su alma.











Nos pusiste, Señor, en esta tierra como luz,
como hoguera abrasadora,
a nosotros que apenas mantenemos
encendida la fe de nuestras almas.

Nos dejaste, Señor, como testigos,
como anuncio brillante entre las gentes,
a nosotros, tus amigos vacilantes.

No te oirán si nosotros nos callamos,
si tus hijos te apartan de sus labios.
No verán el fulgor de tu presencia
si tus fieles te ocultan con sus obras.

¡Ay de aquel que no siembre a manos llenas,
el que guarda en su pecho tus regalos,
el que deja a los ciegos con su noche
y no da de comer a los hambrientos!

¡Ay de aquel que no grita tu evangelio,
el que calla detrás de sus temores,
los que buscan tan solo los negocios
olvidando dar la vida a tu mensaje!

Fortalece, Señor, nuestra flaqueza.
Que tus siervos anuncien tu palabra.
Que resuene tu voz en nuestra boca.
Que tu luz resplandezca en nuestras vidas.

Tú serás fortaleza de tu pueblo,
la victoria del hombre desvalido.
Con tu ayuda serán irresistibles
tus testigos dispersos por la tierra.



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