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El mejor fruto




“Salió el sembrador a sembrar” 
(Mc 4,1-20).

Un nuevo día para sembrar las semillas que Dios ha puesto en nuestras manos con la confianza de que él las hará crecer.

¿Qué hacer con la Palabra de Dios?
Recibirla
Escucharla
Aceptarla (discernir en el corazón)
Dar cosecha (ponerla en obras)


“Nació, creció y dio grano.”

Al final, nuestra vida consiste en dar fruto.

Contemplando los distintos terrenos donde puede caer una semilla, me doy cuenta que debo disponer mi corazón para que sea tierra abonada.
Deseo acoger su Palabra y su llamada

¿Y tú qué tierra es tu vida y corazón para la Palabra?

Y tú, ¿escuchas la palabra, y la aceptas para dar una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno?

Señor no sé la tierra buena que hay en mi corazón ni si se puede sembrar.

Prepara mi corazón para que sea un terreno fértil donde tu semilla pueda crecer y riégala para que dé frutos abundantes con los que otros puedan conocerte

Que mi corazón sea buena tierra.

Que sea barro humilde y fecundo.
Silenciosa entrega.
Madre generosa portadora de vida nueva.

Que la Palabra sembrada no se pierda y dé buen fruto.

María es la tierra buena que acoge la semilla y da fruto; ella 'Maestra de Escucha' para engendrar, vivir, alentar, ilusionar... no para olvidar.

María es la "tierra buena" donde la Palabra de Dios ha fructificado plenamente, la imagen perfecta de la nueva creación, de la acción de Dios en sus criaturas.














Semillas de tu Reino

Esta breve semilla de tu Reino,
en cada uno tiene su cadencia,
su ritmo personal de crecimiento,
hasta elevar sus ramos sobre tierra.

Tú, sembrador, aguardas el mañana
sin perder la esperanza y la paciencia.
No tiras de los tallos más pequeños
para que todos, igualados, crezcan.

Pero sí te señalas en cuidados
donde es más pobre y áspera la gleba,
comprensivo de cómo la simiente
debe luchar para granar tu espera.

A veces, ¡ay de mí! débil matojo,
envidio a los que ya la espiga muestran,
o desprecio a las otras hierbecillas
que en tu trigal a despuntar empiezan.

No consigo aceptar, aunque lo vivo,
que tu Reino frutece en forma lenta.
Me fascina lo fácil, lo inmediato,
lo que se alcanza sin sudor ni pena.

Siéntate junto a mí –las plantas aman
la lluvia fiel de tu Palabra eterna–,
y enséñame a esperar con alegría
el momento estival de la cosecha.

(Luis Carlos Flores Mateos, sj)



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