Nuestro mejor oficio



“Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrara esta fe en la tierra? 
(Lc 18,8).

Jesús nos enseña que hay que orar con confianza y perseverancia, con la seguridad de que Dios escucha siempre nuestras súplicas. 

Señor, Tú siempre te mueves impulsado por la misericordia y defiendes siempre a los débiles.
La oración es seguridad en el amor providente del Padre.

Incluso cuando pedimos a Dios imposibles se nos concede el don de escucharnos a nosotros mismos y cambiar de actitud.
Si lo que Dios quiere es nuestra felicidad, inspira todo aquello que nos ayudará a conseguirla. 
Para Dios no hay buenas o malas peticiones.

- Señor, danos el pan de cada día y perdona nuestras ofensas.

Enséñanos, Jesús, que es imprescindible hacer de nuestra vida una continua oración, 'tratar de amistad contigo que sabemos que nos amas', aprenderlo no con grandes tratados teológicos sino en nuestra propia vida. 

La oración de María, como su vida estuvo tejida de silencio, de escucha de la Palabra y de unirse a la obra de la redención de su Hijo.
No hubo mas y nada menos que una aceptación  de los planes de Dios en noches oscuras que la llevaron a ser peregrina de la fe.
Como Abrahan se hizo contadora de estrellas en la obscuridad y como Moisés se descalzó ante la zarza ardiendo del Amor de Dios.
La Madre de Dios fue también la mas humilde de las criaturas que cantó las Misericordias del Señor.
Tu vida fue una continua ofrenda de oración.
Reina y Madre de Pobres de Nazaret que todo el día de hoy sea una continua oración sin cansarnos.
¡Ruega por nosotros! 

Madre y Maestra de oración, queremos aprender a orar cogidos de y por ti, aprendiendo de tu ejemplo:
¡Hágase!
¡Aquí está...!
¡Proclama...!
¡No tienen...!
¡Ayúdanos!

Al menos, ¿tenemos nosotros esa fe que nos pide nuestro Señor?
¿Es tan grande nuestra fe que es capaz de iluminar las tinieblas del mundo en que vivimos y de alimentar la fe de los demás?......
Ojalá que sí.
Pidámosle hoy a Jesús esa gracia.

Vivamos la oración como si fuera nuestro mejor oficio, nuestra mejor vocación: hacer vivir al mundo rezando a Dios.

La oración es para mí, Señor, la respiración del alma, me permite vivir el Evangelio con alegría y construir un mundo más fraterno.


Subo a la montaña para orar, buscando los destellos de tu rostro; me pongo en tu presencia y la nube me ilumina, la nube que me envuelve y me penetra, transparencia de tu gloria, sacramento, y guardo tu rostro y tu palabra.
Tu rostro buscaré, Señor; orando en el templo, buscaré; escuchando tu silencio, buscaré; y buscando siento que me miras, y entraño la mirada de tu rostro.
Tu rostro buscaré, Señor; bajaré hasta la choza y la chabola, para orar, para estar con los excluidos, inmigrantes de color, receptores de todos los rechazos y rostros humillados, suplicantes, en el fondo, como el tuyo.
El cielo se abre en su presencia y yo me siento como un reo, porque no hay lugar en nuestras casas.



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