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El camino para llegar a Dios




“Porque todo el que se enaltece 
será humillado; 
y el que se humilla será enaltecido” 
(Lc 14, 11)  



¡Cuánto afán en llegar los primeros, en estar siempre en lo más alto, en que se nos vea bien!

Jesús conoce bien el corazón del hombre y su ambición, pero no quiere que nos equivoquemos.
A Él le atraen los corazones humildes.
Cristo se hace presente cuando el corazón se rinde humilde y deja brotar la gratitud en medio de las dificultades y los pesares cotidianos.
Él siempre está deseoso de que le descubramos.
Gracias.
Descubramos el privilegio de ser los últimos y los más humildes porque esos son los más importantes para Dios.
La humildad como forma de ser, en la vida y en la fe.
La humildad es el camino más corto para llegar a Dios.

No es buena idea medir la felicidad de una persona por sus éxitos personales, pues se pone el peso de la felicidad en algo externo a la persona.
La felicidad nace de un corazón sencillo y en paz como el de San Martín de Porres
El reino pertenece a los que vivan esta bendita "locura".


Nos descoloca tu lógica
de pequeños y grandes,
de sabios y necios,
de enfermos y sanos.

A los que están al final 

los adelantas,
y a quienes se pavonean, 
ufanos por su asiento preferente,
los mandas a la última fila.
A quienes lucen los galones
del cumplimiento y la perfección
les ignoras las medallas,
mientras aplaudes la dignidad
de las cicatrices en historias bien vividas.
Siembras la duda 
en los soberbios,
al tiempo que asientas
la verdad de los humildes.
Pasas de largo ante las mansiones
bien provistas
y te alojas en hogares
donde abundan las carencias


Nos ilumina tu lógica

de pequeños y grandes,
de sabios y necios,
de enfermos y sanos,
de primeros y últimos.

(José María R. Olaizola sj)

María, eres el ejemplo más claro de los gustos de Dios.
Le gustó tu humildad; por eso te ensalzó y ahora todos te llamamos bienaventurada.  
Reina y Madre de al igual que tienes tus ojos fijos en tu vientre, mirando el bendito fruto que gestas, ¡clavalos en nosotros!
¡Ruega por nosotros!

Proclama mi alma la grandeza del Señor.
Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. 



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