"Señor, enséñame a orar"





“Cuando oréis decid: “Padre” 
(Lc 11,2).  

Los discípulos fascinados por las palabras y gestos de Jesús se preguntan:
¿De dónde le nace tanta vida al Maestro?
Por eso le piden que les muestre el manantial que lleva en el interior, que les enseñe a orar, que les revele “eso” que le lleva a entregar la vida, gratuitamente, por los caminos.
 Acoge en silencio profundo la palabra más bella, más entrañable y más nueva que Jesús lleva en su corazón:
¡Abba!  

¿Cuántas veces has dejado de orar?
Por dejadez, desánimo...hay mil causas.
El Padre es bueno, te espera paciente y sabe que en el fondo de tu corazón anhelas estar cerca de Él.
Dile confiado:
"Señor, enséñame a orar"

En este mundo a veces tan chato y funesto donde pareces no estar, Señor, enséñanos a orar. 
Sí, enséñanos a orar, a tener claro y a recordar que somos tuyos y no nuestros.

Orar es conectar con la raíz del ser; es entrar en la onda del Padre, sintonizar con su amor; es respirar su aliento de vida nueva, dejarnos abrigar, con su misericordia, el alma desnuda; fortalecernos con su gracia.

Hay una verdad que nos conecta y trasciende las diferencias: todos somos hijos de un mismo Padre.
La forma de vivir esa relación, los ritos, celebraciones, tradiciones, no son lo esencial.
Lo esencial es tener el corazón centrado en el amor.
Vivir en su amor.

Porque somos hijos, porque somos hermanos, sencillamente juntos, ahora decimos: 
Padrenuestro que estás en el cielo...

El Padrenuestro es la oración de los hijos porque es la oración del Hijo. 
Jesús, con estas palabras entraba en esta corriente de amor que le llevó a vivir y a comportarse como "hijo".
Esta oración nos arroja a los brazos del Padre, y le permitimos que nos tome de nuevo, que nos recoja y que nos reintroduzca en la casa de la que nunca jamás deberíamos haber abandonado. 

Nadie reza como María, es cierto, pero ¡nadie enseña como Ella a rezar!

Madre nuestra que estás en el cielo, bendita eres, que no nos falte el pan, enséñanos a perdonar y que nos perdonen.
¡Ayúdanos en la tentación!
Amen.


Dios lleno de Misericordia' que cada día levante mis ojos y te sienta Padre nuestro y que cada día con mis gestos santifique tu presencia entre nosotros.

¡Padre, bondadoso y providente, con entrañas de misericordia!
¡Padre, cercano y confiable!

Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan de mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación    
               

Padre, ayúdame sentir la alegría de ser tu hijo y a tratar a los demás como hermanos.
Nuestro, no dejes que me aísle en mi egoísmo.
Que estás en los cielos; tan cerca y tan lejos; te dejas tocar, pero no te dejas atrapar.
Santificado sea tu Nombre; y que yo te ame con todo el corazón, con toda el alma y con todas mis fuerzas.
Venga a nosotros tu Reino.
Reina en mi vida y dame fuerza para trabajar para extender tu Reino de justicia, de verdad, de paz.
Hágase tu voluntad y dame confianza para acogerla como camino de vida para mí y para los hermanos.
Danos hoy nuestro pan, danos el pan tierno de tu amor en la Eucaristía.
Danos un corazón generoso para compartir con los pobres y con los que sufren, con los que tienen hambre de pan y de esperanza.
Perdona nuestras ofensas y ayúdanos a comprendernos y a comprender, a perdonarnos y a perdonar.
No nos dejes caer en tentación; dame luz y fuerza para descubrir y vencer los engaños que me alejan de ti, de los hermanos, de mi propia felicidad.
Líbranos del mal y ayúdanos a vencerlo sólo a fuerza de bien.
Amén.
Así sea, en mí y en todas tus criaturas.
Amén.



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