Tú eres mi riqueza
“Os aseguro
que difícilmente entrará un rico
en el
reino de los cielos”
(Mt 19,23)
Dios no entra en un corazón que no le abre la puerta.
Dios no entra en un corazón que está lleno de otras
riquezas.
Se queda fuera, esperando.
Haz la experiencia de buscar a Dios sin nada, en
silencio, en soledad.
Déjale abierta la puerta de tu corazón.
“El que por mí deja casa, hermanos... recibirá cien veces
más,
y heredará la vida eterna.”
Cuando uno se pone al servicio de Dios y de los demás y se
entrega a ellos, se recibe siempre más de lo que se da.
No falla.
Ésta es mi experiencia.
Te hago sitio, mi Dios.
Me asombra tu amor.
Tú eres mi
riqueza.
Mi soledad, contigo, ya es sonora.
María ha
recibido infinitas gracias por entregarse a Dios.
De todas ellas,
la que más disfruta, es tenernos a nosotros por hijos.
No te rindas, aunque a veces duela la vida, aunque
pesen los muros, y el tiempo parezca tu enemigo.
No te rindas, aunque las lágrimas surquen tu rostro y tu entraña, demasiado a menudo.
Aunque la distancia con los tuyos parezca insalvable, aunque el amor sea hoy un anhelo difícil,
y a menudo te muerdan: el miedo, el dolor, la soledad, la tristeza y la memoria.
No te rindas, porque sigues siendo capaz de luchar, de reír, de esperar, de levantarte las veces que haga falta.
Tus brazos aun han de dar muchos abrazos, y tus ojos verán paisajes hermosos.
Acaso cuando te mires al espejo, no reconoces lo hermoso, pero Dios, sí.
Dios te conoce, y porque te conoce, sigue confiando en ti, sigue creyendo en ti,
sabe que, como el ave herida, sanarán tus alas, y levantarás el vuelo, aunque ahora parezca imposible.
No te rindas, que hay quien te ama sin condiciones, y te llama a creerlo.
José María Olaizola sj
No te rindas, aunque las lágrimas surquen tu rostro y tu entraña, demasiado a menudo.
Aunque la distancia con los tuyos parezca insalvable, aunque el amor sea hoy un anhelo difícil,
y a menudo te muerdan: el miedo, el dolor, la soledad, la tristeza y la memoria.
No te rindas, porque sigues siendo capaz de luchar, de reír, de esperar, de levantarte las veces que haga falta.
Tus brazos aun han de dar muchos abrazos, y tus ojos verán paisajes hermosos.
Acaso cuando te mires al espejo, no reconoces lo hermoso, pero Dios, sí.
Dios te conoce, y porque te conoce, sigue confiando en ti, sigue creyendo en ti,
sabe que, como el ave herida, sanarán tus alas, y levantarás el vuelo, aunque ahora parezca imposible.
No te rindas, que hay quien te ama sin condiciones, y te llama a creerlo.
José María Olaizola sj
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