Humildad y confianza



“¡Oh, Dios!, te doy gracias, 
porque no soy como los demás: 
ladrones, injustos, adúlteros; 
ni como ese publicano. 
Ayuno dos veces por semana 
y pago el diezmo de todo lo que tengo” 
(Lc 18,11-12).

El Espíritu, para discernir nuestra oración, nos pregunta:
¿Os veis como justos?
¿Os sentís seguros de vuestra conducta?
¿Despreciáis a quienes no viven como vosotros?
Recuerda que el Dios de Jesús aprecia al que se ve miserable y no tiene otro agarradero que la misericordia. 

Suba nuestra oración a ti, Señor, como un homenaje a la verdad, como la auténtica voz de nuestro corazón. 

Señor, hoy como el publicano y el fariseo, me acerco a Ti a orar.
Me acerco, porque sé que sin Ti nada puedo, como Tú mismo nos lo dijiste.
Señor, yo llevo en mi interior un fariseo y un publicano.
Tú conoces mi debilidad y cómo a veces, sin yo quererlo, caigo y te ofendo; otras, me esfuerzo por hacer tu Voluntad, pero cuántas veces en este interés por agradarte me busco a mí mismo. 
Señor, sin Ti nada puedo, y como me doy cuenta de ello, me acerco una vez más para presentarme como soy y dejar que Tú lleves las riendas de mi vida.
Tú toma lo bueno que me has dado, para mayor gloria tuya, pero también hazte cargo de mi debilidad y utilízala también en favor tuyo; pues, como San Pablo decía, "cuando soy débil es cuando soy fuerte", porque Tú tienes un mayor protagonismo.
Señor, yo sólo quiero ser tu instrumento.
Señor, toma mi vida y guíala por el camino que lleva a Ti; que en cada momento mi actuar vaya dirigido a cumplir tu Voluntad con alegría y sencillez.

La oración del fariseo, autocomplaciente, orgullosa y llena de prejuicios, muere en su misma auto-referencialidad.
La oración del publicano, que se sabe pecador e indigno e implora humildemente la misericordia de Dios sobre sus pecados, es escuchada.

"No se atrevía a levantar los ojos; sólo decía:
'¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.'
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido."
Son palabras de Jesús a pasar hoy por el corazón.
Lo contrario a lo que vemos.
Aprender a vivir de otra manera.

La verdadera humildad es la principal de todas las virtudes.
Prueba a ponerla en práctica.
¿Qué prefieres ser: el que todo lo sabe y está por encima de todos, o el que se abaja para servir a los demás?

La humildad es sentir y vivir de tal manera que Dios quede enamorado de nuestra pequeñez...

Pidamos a Cristo que nos enseñe a orar con espíritu humilde y sencillo como el publicano que el evangelio nos presenta el día de hoy.

Señor, hoy como el publicano nos acercamos a Ti, pues nos reconocemos débiles y necesitados de Ti, que eres la fuente de toda gracia. 
Señor, Tú conoces nuestro corazón y sabes que sin Ti nada podemos; 
por eso, queremos pedirte que te quedes con nosotros, que nos acompañes en todo momento de nuestro día.
Señor, queremos amarte, pero a veces no conocemos bien el camino, o nos dejamos llevar por nuestros intereses; 
por eso, como el publicano, te pedimos:
¡Ten compasión de nosotros! 
Y escucha nuestra oración.


Señor, delante de ti yo quiero ser sólo un pobre, quiero despojarme, Señor, de mis pretensiones y vanidades; 
también, Señor, quiero traspasar mi propia culpa y entrar a tu casa desnudo, meterme en tu corazón como un niño.
Quiero mirarte a los ojos suplicándote confiadamente.
Quiero, Señor, y deseo apoyarme sólo en tu amor, descansar en tu amor y llenarme de la alegría de haber hallado tu amor.
Tu amor es la casa que me tienes preparada; 
he sentido tu invitación y entro en ella sin que me avergüence mi pecado; sólo deseo habitar en tu casa todos los días de mi vida.
Tú nunca me vas a echar, sólo me pides que crea en tu amor, que me atreva a vivir en tu amor.
Que nunca me falten la humildad y la confianza de los niños; 
para que el orgullo y los desengaños nunca me separen de ti y pueda amarte con todo el corazón y compartir tu amor con los más pequeños.
Amén.
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Te doy gracias Señor,
porque soy como los demás hombres.

Intento estar seguro de mí
ante tu ausencia,
cuadro mi contabilidad
para no ser sorprendido
al final de la jornada.

Me comparo con los otros
y miro desde arriba
a los que juzgo pecadores,
y en la comparación, no en ti,
he puesto mi seguridad.

También yo tengo elaboradas
condenas de moda,
publicamos al servicio
de los que imponen su imperio,
pero escondo en la ambigüedad
mis pecados de siempre,
radicales trampas contigo,
abismales cortes con el otro.

También yo tengo mis seguros
de ahorros y diezmos,
pequeñas monedas al contado
con las que pretendo negociar
la falta de entrega a tu misterio.

También yo salgo satisfecho
de oírme a mí mismo
de pie en el centro del templo.
Como los demás hombres,
ya puedo abrirme a tu perdón
dándome golpes de pecho
al lado del publicano.

Benjamín González Buelta, sj






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