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Nos jugamos la vida



“Señor, ¿cuándo te vimos forastero 
y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?” 
(Mt 25,38)  

Dar de comer al hambriento y de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, visitar al enfermo... es decir amar al prójimo como a mí mismo.
Prójimo son todos en esta aldea global, pero aún más aquellos a quienes, cuando extiendo mi mano, puedo tocar.

De qué sirve mi ayuno si no ayudo, si no es para que otro no pase hambre o sed, si no vivo en austeridad para que los bienes se repartan para todos; de qué sirve no comer carne, si con mi egoísmo y avaricia devoro a mi hermano; de qué sirve mi oración sin misericordia.

En el que sufre, en el abandonado, en el triste, en la víctima de la injusticia y la violencia, en el que necesita ayuda, en el que camina a nuestro lado, se manifiesta el rostro del Señor que nos ama y quiere ser amado.
Y, ahí, nos jugamos la vida.

"Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis."
El fundamento del amor: humilde Él, humildes hermanos, humildes nosotros.
En la humildad se da el encuentro.
Aleja soberbias, endiosamientos.
La humildad es la eternidad.

Es tiempo de SERVIR, de ponernos a los pies de los demás.

Los gestos más pequeños son los más valiosos.
Prueba a comenzar con quienes sufren cerca de ti.
Ellos son el verdadero rostro de Jesús.

El Espíritu nos regala hermanos inesperados, nos enseña a unir la fe y el amor.
La fe es el alma del amor.
Ver a los últimos, estar con ellos, acogerlos, es estar con Jesús.
No te acostumbres a esta palabra.
Deja que te toquen los que están en los márgenes.
 En cada marginado al que acoges, Dios te visita con misericordia, te llena la casa de vida.  
  
Jesús, contigo y con los que vienen de fuera.
Todos hermanos.
 ¡Qué apasionante tarea la de ser un corazón sin fronteras! 

Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;
Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;
Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.
Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo;
Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;
Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.
Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;
Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien;

Cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos.
Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi comprensión;
Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender;
Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.
Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos;
Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día, también nuestro amor misericordioso, imagen del tuyo.

Madre Teresa de Calcuta

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