Ven a mi casa, Señor.





“Señor, tengo en casa un criado 
que está en cama paralítico y sufre mucho” 
(Mt 8,6)
 
El autor del evangelio —y la primera comunidad cristiana— entiende los actos sanadores de Jesús a partir de los cánticos del Siervo del Señor:  «Él tomó nuestras dolencias...» 
Esto es lo que se espera de nosotros: la capacidad de sentir como propio el sufrimiento de los demás y todo el dolor del mundo, y de hacer cuanto esté a nuestro alcance para aliviarlo.
Jesús se admira al oír la fe de un hombre, que no era mirado con muy buenos ojos por sus vecinos. 
Un hombre, que nos sorprende por su humanidad y por su humildad. 
Un hombre que se pone en camino de salvación con una gran confianza en Jesús.
El propio Jesús, al alabar la fe del centurión, nos dice que el proyecto del Reino es para todos.

¡Ven a mi casa, Señor, 
ven y sáname con tu amor!. 
Dime una palabra a mi soledad, 
a mis miedos, a mi esperanza. 
Que calle mi corazón y en ti descanse.  

- Gracias, Señor, por tantas personas 
que dedican la vida a hacer el bien. 
Despierta el corazón de cada hombre y mujer 
para que todos crezcamos en generosidad.

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