He visto la LUZ

 


"Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios."
 
(Lc 2,22-35).

El evangelio nos relata el encuentro de aquel joven matrimonio con el anciano y venerable Simeón. En cuanto ve al niño, alaba a Dios porque se ven cumplidas, en aquel niño, las promesas de Dios. María y José sólo desean cumplir lo prescrito por la Ley mosaica. Simeón ve colmado el sentido de su vida.

Simeón toma en brazos al niño. Dios pequeñito, tierno, dependiente y vulnerable. Y proclama aquel canto precioso del Nunc Dimittis. Aquel anciano ha visto la promesa de Dios cumplida. Dios nunca defrauda. Derrama la luz de la salvación.

Simeón reconoce a Jesús como la salvación prometida. Su profecía nos invita a vivir con la esperanza de la salvación y a reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas.


Simeón hace una profesión de fe: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador» Reconocerlo lleva al testimonio, a dar razón de Él. Buscarlo, tener un encuentro con Él, reconocerlo, dar testimonio de Él. Este proceso de Simeón podría ser el de cualquiera de nosotros. Del deseo de encuentro al testimonio de fe.

No te dejes cegar por las luces de estos días. Céntrate en quién pequeño y callado ha nacido. Mira su pequeñez, sencillez, ternura. ¿Le has hecho ya sitio en tu corazón? 


«Este ha sido puesto para que muchos caigan y se levanten»
En un mundo donde al caer no te da una segunda oportunidad, el Niño que nos ha nacido nos invita a levantarnos de nuestras caídas y empezar a caminar con el esfuerzo y deseo de avanzar sin quedarnos en el barro.

Tenemos un Dios tan cercano que podemos abrazarlo, acogerlo, saludarlo, cuidarlo. La cercanía de Jesús inspira nuestra cercanía, nuestra capacidad de acogida y de gratitud. La cultura del Encuentro, del Cuidado, de la mutua ayuda es la que nos enseña que la salvación de Dios llega a nosotros. Nuestros ojos también pueden ver al Salvador. Lo ven en cada gesto de amor, de generosidad, de gratuidad, de comprensión, de contagio de alegría, de sanar lo roto, de curar lo enfermo. Vemos a Dios cuando no guardamos nada y lo compartimos todo.

Señor, gracias por la salvación 
que has traído a través de Jesús. 
Ayúdame a vivir con esperanza 
y a reconocer tu presencia en mi vida.  
Te quiero acunar, como José y María en Belén, 
en aquel pesebre falto de todo y abundante en amor. 
Te quiero tener en mis brazos, como Simeón, 
para sentir que Dios es tan bueno 
que nos regala a su hijo y que aunque parece que tarda, siempre cumple sus promesas. 
Señor, danos un corazón abierto para reconocer a Jesús como nuestra luz y seguirlo con fe 
y confianza en todo momento. 
Que yo pueda vivir sin temor 
y pueda ser un verdadero testimonio 
de tu amor y salvación.

 

Comentarios