El discípulo amado

 

"Entonces entró también el otro discípulo, 
el que había llegado primero al sepulcro; 
vio y creyó."
 (Jn 20,2-8)

Hoy celebramos la vida de Juan Evangelista, el discípulo amado, el que se recostó sobre el pecho de Jesús y le conoció más íntimamente, el que "vio y creyó", y el que nos ayuda a que nosotros también veamos y creamos. Lo que vio con sus ojos y palpó con sus manos es el testimonio que nos ha anunciado, para que nuestro gozo sea completo. Aquella experiencia lo marcó definitivamente haciéndolo capaz de transformar el mundo. De él aprendimos algo tan grande como que “Dios es amor”.

Todos llegamos a la fe porque alguien nos ha cogido de la mano y nos ha invitado a mirarlo todo con la luz de la fe. Caminamos a hombros de gigantes. De hombres y mujeres que antes que nosotros nos han contagiado su forma de vivir apasionados. No sé llega a la fe por la razón. Sé llega a la fe por un encuentro. Por dar de bruces con Jesús y es su mirada y su llamada la que nos introducen en la Vida Eterna, ya aquí y ahora.
 
Señor, gracias por el testimonio de san Juan y por revelarnos tu amor. 
Ayúdame a vivir en comunión contigo,  experimentando la plenitud de tu amor y verdad. 
Que mi vida sea un reflejo de tu luz y amor en el mundo. 
Amén.


"Vio y creyó"  Junto al sepulcro. Porque la losa se descorre, y la muerte queda abatida. En la cruz está la vida. En el sepulcro no hay nada, porque tu resurrección, victoriosa, llena el universo de su hermosura y convoca a todos los seres a tu victoria. A verte resucitado y creer. Para eso has venido al mundo, para ser Señor de vivos y muertos. Y por eso damos testimonio de ti.


Que no te roben la alegría de ser hijo de Dios. 
Que nadie te robe la paz de saber 
que estás en sus manos de padre. 
Que nadie te robe la esperanza 
de que todo va a terminar bien, 
porque es Dios el que nos espera.
Señor, ayúdanos a creer con un corazón abierto 
y a reconocer tu presencia viva en nuestro camino.

 


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