Alegrémonos, los llenos de años, de kilos, de historias compartidas, de llantos y risas, de errores y aciertos. Alegrémonos porque el Señor sigue estando con nosotros. Puedes que lo creamos, más o menos. Que lo sintamos más o menos pero Él está. Y sería una verdadera pena que no seamos conscientes. Su presencia no es invasiva, no nos obliga a nada. Nos deja libres para agradecer o para quejarnos. Para vivir en la alegría o para aislarnos y quejarnos. María nuestra madre, con sencillez y discreción nos enseña a vivir proclamando la grandeza de ese amor fiel.
Hay momentos difíciles, de desesperanza, de frustración... María hoy nos enseña a confiar, aún sin saber lo que pasará (seguro que eres de los míos, que nos gusta tenerlo todo atado...). Confía en Él.
Puede que a veces nos sintamos cansados de repetir las oraciones del rosario o que nos parezca su rezo algo monótono y aburrido. Al igual que no nos aburrimos de decir bellas palabras a quien amamos o de contemplar la belleza de las personas y de todo lo que nos rodea, así deberíamos mostrarnos ante nuestra Madre María, que nos escucha y está dispuesta a ayudarnos siempre. Ella no se aburre escuchándonos. No nos cansemos de rezarla porque siempre nos escucha.
“Alégrate, María, el Señor está contigo” Estás conmigo, con nosotros, cada vez que meditamos tu vida, tus misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, de la mano de María. Gracias, Señor por tu madre, que siempre nos conduce hacia ti.
Hoy es la fiesta de la Virgen del Rosario. Ruega por nosotros, por nuestras familias y por toda la humanidad.
Bienaventurada eres, María, porque creíste en la promesa del Padre eterno y diste al mundo al Salvador, el fruto bendito de tu vientre.
Contemplando contigo los misterios del Rosario, ayúdanos a acoger la Palabra,
a responder con humildad como tú dijiste:
“Hágase en mí según tu palabra”.
Intercede por nosotros, para que, guiados por tu ejemplo, vivamos en oración constante
y en servicio generoso a nuestros hermanos.
Amén.
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