Alegraos
Escuchamos a Jesús los que lo necesitamos. Nos acercamos a Él los que nos sentimos perdidos, como la oveja o la moneda de las que habla Jesús. Vivimos la confianza de que nos vamos a encontrar con Él y vamos a encontrar sentido a todo lo que vivimos. Vivamos la alegría de la esperanza. De la convicción de que nunca el tiempo es perdido. Y que todo lo que ocurre es para nuestro bien.
Los pecadores no son un grupo marginal. El pecado forma parte de nuestro ser de criaturas. De nuestra limitación, y soberbias aspiraciones. Jesús acoge nuestros pecados para redimirnos de ellos y que podamos experimentar la verdadera alegría de la filiación.
«Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta» La alegría no es sólo para los demás que ven que has aprendido a vivir con la certeza que él siempre nos acompaña, es la alegría de uno mismo que se ve libre, la libertad es un don muy preciado y poco valorado.
Es la alegría que brota del perdón. Y cuando el perdón procede de Dios, la alegría alcanza a los ángeles del cielo. La misericordia del Buen Pastor no hace cálculos: deja las noventa y nueve y va a por la oveja perdida. El amor de Dios es así de extraordinario. El valor de cada hijo de Dios es infinito. Da su vida para darnos vida en abundancia.
Jesús viene a colmar a quienes con sencillo corazón manifiestan su pobreza; les enseña el rostro auténtico de Dios y el gozo de estar nuevamente en el corazón del Padre. A él no le bastan los justos, los buenos, se lanza a los más alejados y sin reprochar nada, con ellos celebra la fiesta de la reconciliación.
Que pueda abrir los brazos a los que lleguen
y sea canal de bondad, comprensión y misericordia.
¿Por qué estamos alegres en ese encuentro con Él? Por la misericordia y el perdón que recibimos. Por haber dejado atrás la duda y el miedo. Por la vida que se abre por delante estando a su lado. Por el calor de su compañía y las posibilidades que supone estar con Él. Al encontrarnos con Él, se rompe para siempre la soledad que agobia, que nos hace vivir en tristeza.
Yo no llamo a los buenos
Y dice Dios:
Yo no llamo a los buenos.
Yo llamo a los malos.
Los buenos ya tienen bastante
con su bondad.
Tienen virtudes,
valores,
méritos,
un historial de compromiso
escrito en un libro de oro
¿para qué me quieren a mí?
Yo sólo puedo dar algo
a los malos.
A los que siguen haciendo pecados
después de haber prometido,
mil veces,
que van a ser buenos.
Yo les ofrezco el desierto,
una tienda
y mi compañía.
Es todo lo que tengo.
Les doy todo lo mío.
Para los buenos no me llega.
(Patxi Loidi)
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