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La paciencia de Dios

 


“Señor, déjala todavía este año 
y mientras tanto yo cavaré alrededor 
y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”». 
(Lc 13,1-9).

Siempre ha habido quien busque culpables detrás de una desgracia. Así justifican porqué se conducen con dignidad y justicia. Nos cuesta demasiado aceptar el sufrimiento y la muerte de los inocentes. Mucho más, nos cuesta entender que Dios tome el rostro de todas las víctimas.


“Si no os convertís, todos pereceréis”
Jesús aprovecha dos acontecimientos trágicos recientes para hacer una llamada general a la conversión. Ante Dios todos necesitamos convertirnos a sus caminos. Jesús espera pacientemente tu respuesta a construir una humanidad nueva, donde el fruto de la fraternidad universal abunde en nuestros pueblos.

 
Que el Agua de tu Espíritu Santo riegue mi huerto interior y lo fecunde, 
para que mis hermanos puedan venir a coger los frutos que necesitan.

Sabemos que su paciencia es infinita, que su misericordia es eterna. El viñador, cargado de esperanza, le pide al amo de la viña una nueva posibilidad, un poco de tiempo... Él lo da. Jesús nos levanta de nuevo, nos vuelve a ofrecer el Evangelio para dar fruto. No hay que desesperar, hay que perseverar. Los frutos llegarán si volvemos a regar, a ponernos al lado de Luz, a dejar que Él nos vuelva a podar


La paciencia del Señor nos salvará, porque Él no da a nada ni a nadie por perdido y se empeña en darnos nuevas oportunidades una y otra vez. ¡Gracias a Dios!

Gracias por tu infinita paciencia y gran misericordia. Muchos de nuestros días son estériles y no dan fruto. Lo lógico es cortarnos por inútiles y cambiarnos por otros árboles más productivos y fecundos. Pero nos has llamado a nosotros, con nuestra lentitud e inoperancia. Este año con tu amor volveremos a intentarlo porque amas nuestros intentos.

Señor, que yo sepa mirar con fe los acontecimientos de la vida.
Que sepa utilizar bien el tiempo que tú me das para convertirme.


 

 

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