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LEVÁNTATE

 

"Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: «No llores».
 
 (Lc 7,11-17).

Jesús no pasa de largo. Consuela a la madre y pone en pie al hijo.  Tocó el ataúd que envolvía el cuerpo muerto y le devolvió a la vida. Él no es un diosecillo lejano a nosotros que no comparte nuestra vida, todo lo contrario. Él camina a nuestro lado, vive con nosotros y su presencia es la que fortalece los momentos de dolor y perdida de a quién mucho queremos. Convivimos diariamente con situaciones de muerte. Personales, familiares, que nos hunden y llenan de tristeza. Seguimos cortejos fúnebres llenos de tristeza y pesimismo. Pero si Jesús se hace presente, si lo descubrimos presente en nuestras vidas, tiene poder y fuerza para transformar la situación. Una palabra suya basta para sanarnos. Una caricia suya es capaz de llenar de resurrección nuestras vidas.

Junto a ti, Jesús, se respira la vida.
Junto a ti, Jesús, no hay lugar para el llanto.
Junto a ti, Jesús, encontramos a los hermanos.

 


Jesús no es indiferente al llanto de los que sufren. Se para, siente compasión, se acerca y toca. Esta propuesta es para nosotros. No podemos ser insensibles a tanto llanto, a tanto dolor, a tanto sufrimiento a nuestro alrededor. Él no tiene manos, pies, corazón, tiene los nuestros para que nos acerquemos y cuidemos, para que levantemos y acompañemos.

 
 
 
 
Señor, tienes un corazón de carne, un corazón sensible,
que se alegra con los que gozan
y comparte los sufrimientos de los que lloran.
Gracias, Jesús, porque te alegras con mis éxitos
y sufres conmigo los malos momentos.

Gracias, Señor, porque me miras a los ojos,
me llamas por mi nombre y me dices:
A ti te hablo, LEVÁNTATE,
levántate de tu tristeza; levántate de tu egoísmo,
levántate de tu desesperanza, levántate de tus desconfianzas,
levántate de todo lo que te impide vivir,
de todo lo que no te dejar ser persona,
de todo lo que no te deja avanzar.

Señor, dame un corazón como el tuyo
y ayúdame a levantar a quienes están caídos junto a mí.
 

 

 

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