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Familia

 


"Éstos son mi madre y mis hermanos"
 
(Mc 3,20-35).

El que es acusado por su familia de estar "fuera de sí", loco, enajenado, es el que nos invita a estar dentro de nosotros, en comunidad. Acusado por los escribas de estar bajo el dominio de Satanás, es el único capaz de tenerlo "atado'. Uno de los signos de lo demoníaco es la división, tanto personal (casa) como social (reino). Negar la presencia de Jesús y su acción en la historia (Espíritu) imposibilita recibir su perdón.


Han oído lo que se habla de Jesús: que está fuera de sus cabales. Por eso acuden en su busca. Pero el Señor aprovecha esta circunstancia para revelar un gran misterio. Mirando a su alrededor pregunta: ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Son los que cumplen la voluntad de Dios.


Un reino dividido no puede subsistir. Una familia dividida no puede subsistir. La familia que cumple la voluntad de Dios... es la que permanece unida.

"Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre". La familia es un regalazo. Pero nos tiene que ayudar a crecer en lo esencial. Nos tiene que educar en el amor. La familia de Jesús oye las críticas que recibe y lo quieren proteger, piensan que está mal. Y Jesús les invita a descubrir que el bien o el mal no está en un juicio externo. En si recibe aplausos o rechazo. Entender a Jesús es descubrir que lo que vive es por amor. Y confiar radicalmente en quien ama. Lo entendamos o no.

 

Ven, Espíritu Santo

Y el Espíritu vino,
para recordarnos la verdad,
para que tengamos memoria agradecida
y corazón misionero.
Entonces balbuceando dijimos:
ven,
ilumínanos,
llénanos,
sánanos…
Abrimos los labios,
y nos puso las palabras justas,
alentándonos a ser
personas sabias.
Abrimos los oídos, y escuchamos
el dolor silencioso de los pobres,
el lamento hecho susurro
de los «nadies».
Abrimos nuestras heridas
y sentimos el soplo sanador y cicatrizante.
Abrimos el corazón
y nos encontramos…
amigos, hermanos, familia…


(Hermana Viviana Romero)


 

 

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