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Un mapa

 

«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón  y con toda tu alma y con todas tus fuerzas  y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»
 
(Lc 10,25-37).

No es un mandamiento, es un mapa para no perderse. Cuando la vida se complica y la poca luz no sirve para iluminar el camino, ayuda recordar para qué estamos aquí. Cuál es nuestra verdadera identidad y misión. Jesús lo predicaba una y otra vez, porque rápidamente lo olvidamos. La inmediatez de lo diario nos quita perspectiva y sentido. Que podamos reconocer en quien sufre la llamada de Dios.


Jesús presenta tres modelos de conducta ante el sufrimiento de los demás. Uno, el sacerdote. Da un rodeo y pasa de largo. Dos, un levita. Hace lo mismo. Y tres, un samaritano. Se compadece, cura y comparte sus bienes. Amor a Dios es amor al prójimo. Amor que ve y cura.

El amor, no da rodeos. El amor no cierra los ojos a la realidad. El amor no tiene prisas cuando se nos necesita. El amor me hace detener ante el que me espera. El amor me hace sanar al que sufre a mi lado. Prójimo son todos los que “me necesitan”, Prójimo soy yo cuando me “acerco a los que me necesitan”.

“Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar”. (Benedicto XVI)

Somos prójimo cuando vivimos con compasión cada encuentro, cada misión, cada relación. La compasión que lleva a la acción, que no genera pena sino compromiso, que hace variar rutas y caminos pensando y siendo siempre por, para y con el otro. Prójimo es aquel  "que practicó la misericordia" con el herido de la parábola, el samaritano que lo miró con compasión y fue capaz de cambiar su vida por él.

No hay misericordia en la distancia. Cuando la misericordia se ausenta las distancias y los enfrentamientos crecen. El verdaderamente próximo es el que practicó la misericordia con él. Para Jesús sólo la misericordia es capaz de abrir horizontes y caminos de vida eterna

María nunca pasará de largo ante nuestro dolor. ¡María, tú eres el aceite y vino que cura nuestras heridas!

 

 

 

 

Dame, Señor, unos ojos de fe
para descubrir que Tú eres
mi buen samaritano.

Te duelen mis sufrimientos
y te acercas a mí para curarme
en los niños y en las personas sencillas,
en todos los que me ofrecen amor y perdón,
en la belleza de la creación,
en la celebración de la Eucaristía

Tú compartes conmigo tu amor,
tu palabra, tu Cuerpo y tu Sangre.
Que la fuerza de tu Espíritu
me impulse a ser buen samaritano.

Señor, danos una mirada y un corazón
que no pasen de largo
ante las personas necesitadas
de atención, alimento o esperanza.

Que la Comunión contigo me ayude a
romper mis planes y compartir mi tiempo y mi dinero,
a trabajar por una Iglesia
que sea compasiva y samaritana.


 

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