Conversión

                                 

"Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo". 
 (Mt 11,20-24).

Entre el cielo y el abismo la distancia se llama humildad. Cuantos corazones esconden una ambición desmedida. Se creen con derechos al triunfo, al poder, al éxito. Vidas endiosadas que solo exigen y nunca agradecen. El destino: abismo de frustración. El cielo no se conquista, se recibe, se acoge, se construye. Desde la humildad de quién se reconoce cada día pura fragilidad, pero que recibe el regalo diario de un Dios providente que nos cuida.


«¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida!»
Cuando Él te habló al corazón. ayudó a la gente sencilla y necesitada, pero permanecemos con un corazón duro para reconocer la obra de Dios en nosotros, en las cosas sencillas de cada día, sólo cabe la lamentación por nuestra terquedad.
En Corazaín y en Betsaida Jesús había hecho la mayor parte de sus milagros. Sin embargo, sus habitantes tenían el corazón endurecido. No reconocieron las maravillas que Jesús hizo y, por consiguiente, no se convirtieron.
Graves y duras son las palabras de Jesús que manifiesta el gran sufrimiento de Dios ante la incredulidad del hombre.
Jesús se molesta con aquellos que son incapaces de ver más allá de los signos que hace, de los que no son capaces de reconocerle como Alguien que busca un cambio, la conversión.
Cómo le duele a Dios los que se niegan a escuchar y se cierran al mensaje de salvación que se le ha ofrecido prefiriendo la dureza de su corazón como les ocurrió a los habitantes de las ciudades de Corozain, Betsaida y Cafarnaúm.
Cómo le duele a Dios cuando los que le rechazan son precisamente las ciudades "creyentes", las que han visto y oído la vida que trae Dios para todo el que acoge su Palabra. Terminarán dándole la espalda a Dios y se hundirán en su propio egoísmo.
Jesús recrimina a las ciudades donde se han hecho más milagros. No reconocen la acción de Dios. Descubrir el paso de Dios requiere una acogida, una mirada transparente, una aceptación de la limitación y la pobreza. Reconocer la vulnerabilidad para volver a Dios.

Este evangelio es una llamada a reconocer todo lo que Dios ha hecho por nosotros, por nuestras comunidades y grupos, por nuestra familia... y a vivir de acuerdo con el don recibido, a mostrar nuestro agradecimiento en la oración y con la vida.
La conversión de los piadosos va del "¡arréglame la vida Señor!" a esta de Santa Teresa: "vuestra soy, para vos nací, que queréis Señor de mi".
 ¿Nos estará pasando algo parecido a nosotros? Acudimos a Él, tenemos fe, celebramos, participamos en mil cosas relacionadas con Él... ¿Le dejamos sitio? ¿Está cambiando nuestro corazón, nuestra vida? ¿Queremos de verdad que Él sea parte de nuestra vida o nos conformamos con acercarnos a Él en momentos sueltos?
Con frecuencia pensamos que si hubiéramos tenido la misma suerte o recibido las mismas gracias también habríamos alcanzado mayores cotas de conversión, sin embargo...
Nos engañamos. Hemos sido favorecidos con tantas gracias que la falta de santidad sólo se debe a mérito nuestro.
Nuestra conversión es decir: " Sí", a los planes maravillosos de Dios, y ayudar a que se realicen en nuestros hermanos.





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