No te escondas
Sal y luz. Dos elementos de la vida de todos los días. Dos símbolos de nuestra misión en el mundo. Dar sabor. Iluminar lo oscuro. En lo cotidiano de la vida.
Nuestra vida tiene que ser una luz que marque el camino hacia Dios a los que nos rodean. Jesús nos invita a ser luz que ilumine, no que deslumbre y confunda
Ser sal que da sabor, gusto, satisfacción. O ser sal que pone salado, da mal gusto. Ser luz que ilumina, muestra, enseña y anima. O ser luz que deslumbra, oscurece a otros, busca ser centro e impide ver lo importante que sucede. Sal y luz para otros o para bien propio.
"Sois la sal de la tierra". Sal afuera con la mejor de tus sonrisas, cierra tus ojos, respira profundo, llénate de su Espíritu y empieza a darle vida y sabor a todo lo que haces... porque eres único y aún te queda mucho por ofrecer...
"Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos." La luz que da el encuentro con quién nos ama. La luz que hace que una vida sincera y compartida sirva para adorar y alabar al Padre. Una luz que ayuda a andar el camino a los hermanos que dudan, dándoles confianza.
No se puede ocultar lo que nos habita y llena nuestra vida. Si estamos llenos de amor nuestra vida ilumina a los demás. Si estamos llenos de miedo, de tristeza, de odio, los demás lo sufren y se alejan. Somos la publicidad de Dios. Si los creyentes no recordamos a Jesús y convertimos la vida en obligaciones, en juicios y en normas, es normal que no interesemos a nadie.
Gracias, Padre, por tanta gente sencilla que hace el bien sin ningún ruido, gastando su vida, como una lámpara para alumbrar, y llevar a Dios.
Conociendo nuestras sombras y oscuridades, Jesús nos identifica con la luz. Es él la verdadera luz del mundo; nosotros tan sólo podemos reflejar su luz. Sin embargo, es tan grande su amor que nos ve por encima de nuestras posibilidades, participes inmerecidamente de su misión. Sembraremos juntos el Evangelio.
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