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A los pies

 


«El que recibe a mi enviado, me recibe a mí» (Jn 13, 16-20)

Que el amor es algo que debemos traducir en obras es algo bastante intuitivo para todos. De no ser así, nuestro amor sería, dicho quizás de una manera demasiado de andar por casa, tan solo «de boquilla».    

A lo largo de toda su vida pública, Jesús nos enseña una y otra vez que lo único importante en la vida es el amor. Lo hizo a través de sus palabras y, sobre todo, con el ejemplo que nos dejó con su vida

«En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía»

Jesús termina de lavar los pies a los discípulos. Realiza una tarea propia de esclavos. Desde esa actitud pone el modelo y propone la práctica. No los nombra líderes, jefes o mandatarios. Su único título es el de servidores por amor y para amar.

Qué alejada está tu lógica de nuestros mundos de cargas y cargos

Jesús nos enseña que los hombres son más grandes cuanto más aman y por lo tanto cuanto más sirven. Criterio, por cierto, bastante distinto del que se vivía en la sociedad de entonces y del que seguimos teniendo vigente en la sociedad de hoy.

Al amor gratuito de Jesús al lavar los pies, algunos responden con la entrega incondicional de sus vidas al servicio del Evangelio. Esos son los enviados de Jesús. Trata con cariño y agradecimiento a las personas de tu comunidad cristiana que tienen una tarea especial al servicio de todos.

La propuesta es recibir. Es importante la hospitalidad, abrir las puertas y dejar sitio a los otros. Hay verbos que, 'después de lavar los pies' Jesús a sus discípulos deben formar parte de nuestro proyecto de vida como discípulos: recibir, acoger, cuidar, servir...

"Os lo aseguro: El que recibe a mi enviado me recibe a mí; el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado."

Quizás nos duela encontrar amigos, familiares... que no comparten con nosotros el don de la fe... Sé tú como ese salón recibidor de una casa acogedora para que a través de tu vida y tu testimonio descubran al Dios de la vida.

Nuestras vidas son sacramentales como la de Jesús. Expresamos y compartimos lo que nos habita. Quién le acoge a Él, acoge y recibe a Dios. Quién se encuentra con nosotros, se debería acercar a Cristo. Y el que venga a nuestras comunidades tendría que saborear la alegría del Evangelio.

Cristo me amó y se entregó por mí en la cruz. Él me conoce y me acepta porque yo soy su hijo y Él es mi Padre. No podemos dejar al Señor solo, es necesario poner todos los medios que tenemos a nuestro alcance para ser fieles a su amistad.

¡Danos la gracia, Santo Espíritu: pensar, actuar, hablar como Jesús; entonces si seremos plenamente felices. Para esto hemos sido creados!

Estemos atentos para descubrir cómo hoy Jesús viene a nuestro encuentro

Recibo al vecino, y te recibo a Ti. Recibo a la familia, y te recibo a Ti. Recibo al que camina por la calle, y te recibo a Ti. Detengo mi mirada en el pobre, y te veo a Ti.

Danos Señor

Danos Señor un corazón de carne, para que como Tú, nos conmovamos ante el dolor del prójimo más próximo. Recrea en nosotros entrañas de misericordia, para que colmados en tu amor seamos testigos y testimonio con nuestras obras, de tu presencia en el mundo. Señor, resucítanos hoy, y regálanos como al hijo de la viuda, la oportunidad de transmitir con nuestra vida las maravillas que Tú obras. Te lo pedimos por la intercesión de María Santísima, a Ti que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén


 

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