Volver

 


« Me levantaré y volveré donde mi Padre ». 
(Lc 15,11-32)

Un hijo menor alejado por su interés, conquistas, su deseo de engrandecerse. Un hijo mayor apresado en las normas, el perfeccionismo y su deseo de ser bueno. Un Padre generoso, misericordioso, que no se cansa de esperar el encuentro para derramar ternura y amor. De eso trata el evangelio de hoy


Quien se ha equivocado, a menudo se siente reprendido por su propio corazón; distancia, indiferencia y palabras hirientes no ayudan. Por eso, según el Padre, es necesario ofrecerles una acogida cálida, que aliente para ir adelante. (Francisco)

Con qué facilidad podemos engañarnos a nosotros mismos y seguir el camino fácil y cómodo. Suerte que contamos con un Padre que siempre está dispuesto a perdonar, que nos espera con los brazos abiertos. ¡No le falles!


Volver a casa. El deseo que ansía nuestra alma peregrina. Volver a sentir el abrazo que acoge, que no hace reproches, que transforma en gozo las lágrimas y hace una fiesta inmensa en el corazón. Volver a Dios.

Vuelvo a mis raíces, a mi verdadero hogar, cuando regreso al corazón del Padre, que no se cansa de esperarme.

Cuando nos creemos mejores que los demás, excluimos, no sabemos amar. Cuando creemos en el amor del Padre no podemos excluir a nadie de la fraternidad. ¿Aprenderemos a vivir en comunidades acogedoras, con más ternura que recelo hacia los que buscan al Padre entre interrogantes y son buscados por él con una pasión de amor infinita?

Todos somos el hijo pródigo Todos somos el hermano mayor. Todos estamos llamados a ser el padre / madre misericordioso.

Redescubramos nuestra más profunda identidad: vivir según la dignidad de Hijos de Dios. La misericordia nos sana, nos libera. Dejémonos sanar y liberar.

Gracias, Jesús, 
por esta gozada de Padre que nos has revelado
 

 

Hermano mayor

Con lo que yo te he dado, Señor,
y tú, regalándote por igual
a tus hijos díscolos.
Con lo que yo te he amado,
y tú derramando tu amor
sobre buenos y malos.
¿Cómo puedo hacerte ver
que merezco más,
necesito más,
espero más?
¿No los vas a castigar?
¿No exigirás que purguen sus delitos?
¿Vas a seguir poniéndoles la mesa
para que devoren mi herencia?
¿No me darás a mí un premio?
¡No! No me intentes convencer
confundiendo misericordia y justicia.
A mí, que desde joven te he dado todo.
Yo que no he fallado un día,
cumplidor sin tacha...
¿Cómo es posible?

Y tú, en silencio, me miras
con dolor y paciencia
por todo lo que no entiendo.


(José María R. Olaizola, sj)


 


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