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A servir

 


«El Hijo del hombre 
no ha venido a ser servido 
sino a servir 
y a dar su vida en rescate por muchos» 
(Mt 20, 17-28)

¡Es Cuaresma! Sintonicemos con la vida de Jesús, vivamos el gozo de servir. Hay más alegría en dar que en recibir.

El evangelio nos muestra que al Señor también le cuestionaban con el exigente "qué hay de lo mío". Si tienes que recurrir a ello antes párate, piensa y elige un buen momento. Que no te pase como a la madre de Santiago y Juan

En un mundo obsesionado por el poder y el éxito, el Evangelio nos invita a lo contrario: a servir como Jesús –ocupando el último puesto– y a triunfar dando la vida, amando hasta el final.

Se nos invita a pasar de la "lógica depredadora" a la "lógica del don". El depredador rastrea lo que los demás poseen y que él quiere adquirir. Es mirada de cazador. Es ver al otro como un negocio no como un igual. La lógica del don es donde nos introduce Jesús. Vivir no es pelearse por el tesoro. Vivir es darse, compartir, hacer de la necesidad del otro mi propio camino de amor.


 

El Espíritu nos coloca en nuestro sitio, que es el sitio de Jesús. Cambia nuestras pretensiones de grandeza y nos pone el delantal para el servicio, para curar y cuidar la vida. Cambia nuestras comparaciones con los demás y nos lleva a sentarnos en la mesa de los pecadores. Recordemos que da vida quien ama, libera quien sirve. La escucha es el primer paso para servir.

La grandeza evangélica no está en el poder, ni en los puestos importantes, ni en la tiranía o en la opresión. El más poderoso es el servidor de todos, el que se hace esclavo por amor, el que entrega su vida cada día por los demás. No hay más poder, que el servir.

Servidores y humildes, generosos y cuidadores, darse y confiar en Dios... una propuesta novedosa de estar y ser en el mundo. En el camino de la cuaresma recibimos una propuesta de humildad, de empezar las cosas desde abajo, de servir y dar la vida.

A veces los cristianos tenemos que soportar la incomprensión de los demás por nuestra fe, y nos da cierto temor, nos llena de complejos. ¡No desfallezcas! ¿Por qué esconder algo tan hermoso?

¿Estás dispuesto a dar lo mejor de ti, a ser la mejor versión de ti mismo, a compartir los dones que Dios ha puesto en tu vida, a ser como pan que se parte y reparte? No hay cruz sin resurrección, ni resurrección que no pase por la cruz.


 

Actúa en nosotros, Espíritu de amor. 

Envíanos tu fuerza para ser testigos del Evangelio 

en el mundo de hoy.

Quiero, Señor, que mi oración en este día 

me lleve a una actitud de humildad 

y de servicio desinteresado a mis hermanos. 

Si Tú, siendo Dios, 

no has querido venir a este mundo para ser servido 

sino para servir a otros, 

¿Cómo puedo yo tener tanta cara que piense en otra cosa? 

Yo quiero ser tu discípulo, 

yo quiero vivir aprendiendo siempre de Ti. 

Y te suplico que en la oración de este día 

aprenda esta hermosa lección: 

mi vida sólo tiene sentido sirviendo a los demás.

Jesús mío: ayúdame a esparcir fragancia dondequiera que vaya; 

inunda mi alma con tu espíritu y tu vida, 

penetra todo mi ser y toma de él posesión, 

de tal manera que mi vida 

no sea en adelante sino una irradiación de la tuya.

Quédate conmigo. 

Así podré convertirme en luz para los otros. 

Esa luz, o Jesús, vendrá toda de ti; 

ni uno solo de sus rayos, será mío. 

Déjame predicar tu nombre sin palabras… 

con la fuerza evidente del amor que mi corazón siente por ti.


 


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