Palabra

 

Jesús, Tú eres la Palabra eterna de Dios
la Palabra que nos crea y nos sostiene cada día,
la Palabra que nos descubre la sabiduría,
la Palabra que nos trae la luz y la vida de Dios,
la Palabra que nos declara hijos e hijas del Padre.

 

 

 

 

 

 


"El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros".
(Jn 1,1-18)

Es la confesión de un Dios que no quiso permanecer indiferente a nuestro mundo, un Dios que no pudo soportar ser totalmente diferente a nosotros, un Dios que quiso ser "Dios-con-nosotros" convirtiéndose en "Hombre-como nosotros".

 Ante nuestra fragilidad, el Señor no retrocede. No permanece en su beata eternidad y en su luz infinita, sino que se hace cercano, se hace carne, desciende a las tinieblas. He aquí la obra de Dios: venir entre nosotros.

Quiso vivir con nosotros, caminar con nosotros, habitar entre nosotros.

Nació, se hizo uno de nosotros. Plantó su tienda. Amó nuestra condición. Nace de una mujer. Se queda, vive, no está lejos, camina con los hombres y mujeres de este mundo, se le llenan los ojos y el corazón de compasión. No pasa, vino a este mundo y lo habita.

Y, hoy nosotros somos sus manos. ¡Para hacer su voluntad!

Qué poder tan inmenso tenemos en las palabras. Pueden herir o sanar, romper o reparar. Pueden abrazar, y denunciar. Pueden ser profecía, parábola o testimonio. Pueden gestarse en el silencio. Y pueden ser eco del mismo Dios, que es Palabra

 Juan es testigo de la luz. No es la luz. Ha sido iluminado por la luz verdadera que vino al mundo, y da testimonio para que otros crean. No podemos guardarnos lo que hemos recibido. El Verbo se ha hecho carne, y cómo Juan, sólo podemos anunciarlo.

Jesús, Tú eres la Palabra de Dios hecha carne,
Tú sigues presente en la carne,
en la carne dolorida de los enfermos,
en la carne debilitada del hambriento,
en la carne agotada del anciano,
en la carne palpitante del niño,
en la carne cercana del amigo,
en la carne cálida de unos padres,
en la carne amada del esposo o la esposa...

Vienes a tu casa, a nuestra casa y a veces no te recibimos.
¿Qué nos pasa, Señor? ¿Estamos ciegos?
¿Somos demasiado orgullosos para aceptar tu amor?
¿Preferimos vivir sin un Padre que nos cuide?

Pero, Tú sabes, Jesús, que en el fondo queremos acogerte,
porque sólo Tú tienes palabra de vida eterna,
porque tu luz nos ayuda a vernos y a ver mejor,
porque tu amor nos permite gozar y sufrir con esperanza,
porque nuestro mundo necesita tu Palabra, tu luz y tu vida.
Danos un corazón humilde y confiado, que sepa acogerte.

 


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