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Vió, y creyó




“El otro discípulo 
corría más que Pedro; 
se adelantó y llegó primero 
al sepulcro” 
(Jn 20, 1-8)

Hoy, tras el mártir Estebán, la memoria del evangelista (amigo y testigo) para recordarnos que a cada uno nos toca ser transmisores de esa Palabra que plantó su tienda entre nosotros.
Ser discípulo amado de Jesús es ser experto en navidades.
Sabremos descubrir los signos de Jesús resucitado e interpretar los rumores de Resurrección. Donde los demás ven contraindicaciones, nosotros veremos síntomas, huellas, signos.
Donde otros veían un robo, el discípulo amado vio y creyó.
Jesús ha venido a nuestro mundo para mostrarnos la cercanía de Dios con el hombre, su amistad, el gozo de su mensaje.
Para llenar nuestro corazón de vida, de sentido, de esperanza.
Comunica a los demás tu experiencia de Jesús, para que le descubran como Camino, Verdad y Vida.
La relación cercana e íntima con Jesús que todos tenemos que cultivar, no es para tener prebendas o privilegios, es para anunciar, correr en su busca cada día, salir a la calle y proclamar que vive... como el apóstol Juan.
El amor nos desinstala y nos pone en camino al encuentro del Otro –como los pastores que van al Portal o como los discípulos que corren al Sepulcro– y que, al llegar, encontraron la Vida verdadera, la que destruye el pecado y la muerte.
Juan nos enseña a mirar y a dejarnos encontrar por Dios.
Jesús camina con nosotros, es más, vive en nosotros.
La mirada del creyente no ha de esperar grandes fenómenos, sino la sencillez, lo oculto, como sucede con la Eucaristía.
Juan mira al sepulcro y viendo no ve nada y cree.
Juan mira con el corazón y descubre a Dios.
La mirada del corazón permite descubrir a Dios en la Iglesia, a Dios en las personas y a Dios en la creación.


Señor Jesús, Tú que revelaste a Juan
tus misterios más secretos
y aquellos misterios
que mis ojos no verán,
haz que yo logre entender
cuanto Juan nos ha contado.
Déjame, Señor, poner
mi cabeza en tu costado
Tú que en la cena le abriste
la puerta del corazón
y en la transfiguración
junto a ti lo condujiste,
permíteme entrar
en tu misterio sagrado
Déjame, Señor, poner
mi cabeza en tu costado.
Tú que en el monte Calvario
entre sus manos dejaste
el más santo relicario:
la carne donde habitaste;
tú que le dejaste ser
el hijo bien adoptado,
Déjame, Señor, poner
mi cabeza en tu costado.
Y tú, Juan, que a tanto amor
con amor correspondiste
y la vida entera diste
por tu Dios y tu Señor,
enséñame a caminar
por donde tú has caminado.
Enséñame a colocar
mi cabeza en su costado.

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