La flauta





“¿A quién se parecen 
los hombres de esta generación? 
¿A quién los compararemos?”
(Lc 7,31 – 35)

¡Nos gusta criticar!
Una excusa perfecta para no tener que aceptar al "otro".
Y con Dios nos pasa igual.
Criticamos sus planes, acciones y palabras.
Criticamos su ausencia y su presencia.
Criticamos...
¿Es que ya no queremos dejarnos sorprender?

Si haces, porque haces.
Si no haces, porque no haces.
Al final, uno tiene que vivir su vida acorde a sus convicciones, sabiendo que no tenemos que cumplir las expectativas de nadie y que nunca vamos a dar gusto a todo el mundo, ni tenemos por qué.

Señor, te doy gracias por todas las personas que hoy se encontrarán conmigo, cada una con su forma de pensar, sentir y actuar; todas están creadas a imagen y semejanza tuya, de todas puedo aprender algo bueno, todas me pueden enriquecer.

En el fondo, todas son un regalo tuyo.

Sin embargo, a veces estoy cerrado, agrando los defectos de las personas para no aprender de nadie, para no cambiar. Unas me parecen demasiado estrictas, otras muy permivas, algunas poco modernas, otras demasiado avanzadas.
 Señor, ayúdame a descubrir el don de todas las personas, a seguir el mensaje que tú me ofreces a través de cada una.

Conviérteme, para ser regalo tuyo para los demás. 




Jesús no deja indiferente a nadie porque Él busca encontrarse con todos, viene a compartir un nuevo estilo de vida.
Jesús es sacramento de Dios.
Estemos atentos al sonido de la flauta en la plaza “del mercado de la vida”.
Para muchos será unas cuantas notas musicales y viento.
Pero para el que se deja llevar por Él, es ya todo el fervor y la alegría de la fiesta.
Dejémonos arrastrar por el Dios de la danza que nos invita a sones de fiesta.


Cuando el Señor se ponga a tocar la flauta,
nadie podrá retener las ovejas en el redil.
Tal es el clima de gozo evangélico: las palabras de Jesús lo aclaran.
¿Por qué no saltáis de alegría cuando os anuncio la Buena Nueva?
¿A causa de vuestras preocupaciones por qué comeréis o beberéis?
Acordaos de lo que hice en Caná.
¿A causa de vuestra serenidad, de vuestro temor?
Lanzaos al agua como Pedro.
¿A causa de vuestros pecados?
Recordad: Yo le di un corazón nuevo de reina a Magdalena.
¿A causa de vuestro luto, de vuestro fracaso,
de vuestras desilusiones, de la nostalgia por los que ya no están?
Lo que hice por Lázaro y sus hermanas lo haré por vosotros.
Al que cree en mí, aunque se sienta desanimado,
envejecido, agotado, yo lo pondré en pie
y lo reconfortaré.
Aimé Duval


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