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La hora de Betania





“Déjala; lo tenía guardado 
para el día de mi sepultura”. 
(Jn 12, 1-11).

Todo lo que se hace con amor es valioso.
Desde la limosna de una pequeña moneda hasta el derroche de un rico frasco de perfume.
Dar lo mejor de uno mismo.
Darse por entero.
No escatimar esfuerzo, no guardar egoístamente.
El amor perfuma, da sabor y embellece lo que toca

A veces, un gesto de amor a tiempo es más poderoso, perturbador y revolucionario que todos los planes estratégicos y sociales del planeta.



Una libra de perfume.
Una libra de entrega.
Una libra de gratitud.
Una libra de vida.
Una libra de pasión.
Una libra de perfume.
Una libra de derroche.
Una libra de ternura.
Una libra de acogida.
Una libra de amor.
Una libra de perfume.

El mundo necesita la mejor fragancia.
Salgamos a llenar el mundo de la fragancia del amor de Dios.
Salir…
¡Ser “Iglesia en salida”!

 Buscamos a los amigos cuando el corazón necesita descanso, aliento, fortaleza.
Sentirnos queridos, acogidos, acompañados, nos da fuerzas para vivir, para seguir caminando en las noches oscuras.
La amistad es luz.

¡Ojalá que nuestro corazón y nuestras comunidades sean siempre como la casa de Betania, una casa humilde y agradecida, donde pueda entrar Jesús, sentarse a nuestra mesa y celebrar su Pascua con nosotros.

"La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. No vacilará ni se quebrará" (Is 42).
¡Jesús!
Ni vacila ni se rompe en la prueba.
Y el hundido y el agotado reciben un poder secreto para renacer, levantarse, mantener su dignidad y no recaer.
Todo lo cambia.

Ansias de vivir
¡No sé qué hacer, Señor,
con estas ansias de vida,
que me van devorando
cada día!
Si pretendo frenarlas,
ya no vivo.
Si las dejo correr,
¿dónde me llevan?
Tú eres la vida.
Yo solo un hilo de tu fuente.
Manar, correr, verterme…
Sin mirar dónde,
cómo y a quiénes,
derramarme.
Y a los pies de mi hermano,
de cualquiera,
estrellar mi alabastro
y dejar que la casa se empape toda
del perfume barato, que te traigo.
¿Eso es vivir?
Pues eso ansío.
El morir a mi muerte,
el no acabarme
con algo tuyo,
por dar, entre mis dedos.
Y, cuando haya partido,
continuaré, manando de tu fuente,
lo aprendido:
muero, siempre que vivo;
vivo, siempre que muero.
(Ignacio Iglesias, sj)


Bendito seas, oh Cristo,
enviado de Dios y presencia de Dios.
Benditos también nosotros
que le adoramos al ungir
y besar tus pies.
Bendito es el polvo de tus pies
y los caminos
que se nos abren de futuro.
Bendito es el gesto
de tu mano que
nos acaricia
y nos levanta.

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