Sal a buscar a tu hermano.




“Vete primero a reconciliarte 
con tu hermano, 
y entonces vuelve 
a presentar tu ofrenda”
 (Mt 5,20-26)  

La Cuaresma es también el tiempo favorable para ponernos a bien con el hermano, perdonando deudas y ofensas, para poder entrar con Jesucristo en el banquete del Reino, en la alegría y el gozo que nos traerá la Pascua.

No dejes que se enfríe tu corazón.
Dale el calor de la fe, el aliento de la oración.
No permitas que se quede en corazón de piedra.
Báñalo cada día en la ternura y la misericordia de Dios.
Y después ofrécelo.

Activa cada día la compasión, la empatía, el compromiso con los más débiles y vulnerables.
Sé aliento para el cansado, acogida para el rechazado, compañía y escucha para el que está solo...
Ama en lo concreto y cotidiano.

¡Cuánta paz alcanza un hombre que no está enemistado con otro!
Practica la paz: no como ausencia de guerra, sino como presencia del amor de Dios entre nosotros.

La reconciliación con las personas es condición para la reconciliación con Dios.
Y si te dicen lo contrario, es mentira.

“Había una señora a quien sus vecinas le tenían mucha envidia. Casi todos los días, cuando salía a la puerta de su casa para barrer, encontraba basura que las vecinas le dejaban en señal de desprecio. La señora nunca se quejaba.
Hasta que un día, sabiendo que sus vecinas eran las que le dejaban la basura delante de su puerta, decidió colocar un ramo de flores delante de la puerta de cada una de sus vecinas. En cada uno de los ramos de flores las vecinas encontraron un cartelito que decía: “CADA UNO DA DE LO QUE TIENE”.



La Cuaresma pasa también, necesariamente, por el prójimo.

Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano.

¿De qué te sirve reconciliarte con Dios, si no te reconcilias también con tus hermanos?
Si pudieras reunir a tus familiares, amigos y conocidos, y preguntarles: «¿Alguno tiene quejas contra mí?», ¿quién alzaría la mano?
Sé sincero contigo mismo.
Y, en lugar de pensar que no hay razón para las quejas de esas personas, pregúntate qué más puedes hacer por ellas.
Porque a través de ellas pasa tu camino de vuelta hacia Dios.

Quien es capaz de perdonar, quiere decir que tiene un corazón grande y que sólo busca el bien y la verdad, no sus intereses.

                Mi hermano y Tú
Enséñame a escuchar a mi hermano, para poder escucharte.
Enséñame a mirarlo, para poder mirarte.
Enséñame a perdonarlo, para poder ser perdonado.
Enséñame a dejarme cuidar por él, para que Tú también puedas cuidarme.
Enséñame a abrazarlo, para poder ser abrazado.
Enséñame a ser paciente, para poder esperarte.
Enséñame a callar, para escuchar Tu silencio.
Enséñame a corregir fraternalmente, para dejarme corregir por Ti.
Dame la gracia de amar y servir, para aprender a orar como conviene.
Amén.





Señor, concédeme el regalo de un corazón reconciliado;
que sepa comprender, antes que condenar;
que busque la unión en vez de la división;
que se deje conducir por el amor y no por interés,
que esté siempre dispuesto a perdonar y a pedir perdón.

Que sepa construir y reconstruir la paz en la familia,
que sea consciente de todo lo que recibo de ella
y de los mucho que los quiero y añoro,
aunque a veces me pongan de los nervios.

Que sepa ser puente de comunicación entre mis amigos,
que no deje crecer las críticas que se hacen a la espalda,
que busque más lo que nos une de los que nos separa;
que sea cercano con quien más necesite el calor de la amistad.


Qué sepa trabajar por la comunión en la comunidad,
que no me deje llevar por estériles protagonismos
y sepa proponer la participación de todos,
cada uno con las capacidades que Dios le ha dado.

Qué sepa instrumento de paz en el pueblo o en el barrio, en el mundo;
que tenga especial cuidado y empeño en integrar a todos:
a los pobres, a los marginados, a los que no cuentan;
que no busque la confrontación, sino la comunicación.

Señor, que cada día sepa descubrir tu amor infinito,
muchísimo más grande que todos mis pecados y errores;
para que, a fuerza de acoger tu perdón de Padre y Madre,
sepa contagiar la alegría de vivir como hermanas y hermanos.


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