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¡Confía!



“Todo el que pide recibe” 
(Mt 7,7-12)

La Palabra de Dios pone luz en la oscuridad del corazón, es un faro que alumbra el horizonte de la vida.
No siempre es fácil, pero sólo cuando me rindo a su mensaje de amor, de perdón, de misericordia, es cuando encuentro paz en la tormenta.

"Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá".
¿Por qué no ocurre esto siempre?
Porque Dios sabe mejor que nosotros lo que necesitamos y nos está preparando algo infinitamente mejor.



Oramos agradecidos a Quien nos adentra, en medio del dolor y de la oscura noche, al encuentro de respuestas, carentes de palabras, que conmocionan nuestro minúsculo ser.
Sólo nos dice sereno:
"Venid a mí".
Y con su sola caricia y su silencio nos renueva en luz y en santidad.

La oración para el cristiano es como el aire que respiramos: sin aire nos morimos, sin la oración estamos vacíos y somos como el cardo en la estepa.



“Un joven discípulo se acerca a su maestro y le pregunta: -Maestro, yo quiero encontrar a Dios”. El Maestro le contesta: - Vuelve mañana. Cada día el muchacho hacía la misma petición: -”Maestro, yo quiero encontrar a Dios”.
Entonces el Maestro le invitó a ir con él al río. Entraron en el agua. Hacía mucho calor. -“Mete tu cabeza en el agua”, le ordenó el Maestro. El obedeció y cuando estaba sumergido el Maestro le agarró fuertemente y le mantuvo sumergido. Comenzó el joven a agitarse y forcejear desesperado.
-“¿Qué te pasaba cuando estabas debajo del agua? ¿Qué es lo que más necesitabas? -Aire, contestó él. -Querido amigo, cuando desees a Dios de la misma manera, lo encontrarás.
Siguió diciendo el Maestro: -Si no tienes una sed ardiente de Dios, como lo único importante en la vida, de nada te servirán tus libros ni mis enseñanzas”.

Sin verdadera vida de oración, los cristianos daremos verdaderos tumbos en la vida espiritual.
Sin vida interior, sin intimidad con Dios, la fe se reduce a una práctica interesada cuyo fin no es otro que conseguir lo que uno necesita. 

Orar es pedir, es buscar, llamar a la puerta.
De día y de noche.
Sin cansarse nunca.
"Siempre hay que orar", y hasta tal punto que la oración se convierte en un estado y no sólo en una práctica ocasional.
Orar es un modo de ser delante de Dios.



Podemos llegar a desanimarnos en la vida de oración porque no vemos los frutos o no se nos concede aquello que pedimos.
¡Confía! 
Deja tus preocupaciones en manos de Dios:
Él atiende siempre nuestra llamada.

Padre me pongo en tus manos
Haz de mí lo que quieras…
Que mi vida sea como Cristo: servir.
Grano de trigo que muere en el surco del mundo.
Que sea así de verdad.
Te confío mi vida, te la doy.
Condúceme.
Envíame aquel Espíritu que movía a Jesús.
Me pongo en tus manos, enteramente, sin reservas, con una confianza absoluta, porque tú eres… mi Padre.
(basado en Charles de Foucauld)



Dios y Padre nuestro, fuente de todo bien,
es necesario pedirte con confianza cuanto precisamos;
es justo darte gracias por todo lo que recibimos;
es bueno rezar, siempre, en la alegría y la tristeza,
y en todo lugar: en la calle y en el monte, en casa y en la iglesia…

Aunque conoces nuestros deseos antes de contártelos,
aunque no precisas nuestra oración para bendecirnos,
nosotros necesitamos rezar
para abrir el corazón y acoger tus dones,
para sentir tu cercanía, tu ternura, tu amor, tu fuerza...

Gracias, Padre, porque tú inspiras nuestra oración.
porque tus oídos nunca están cerrados a nuestras súplicas
y nos ofreces el regalo, siempre nuevo, de tu Palabra.

Gracias, porque acoges con alegría nuestra oración,
para que nos sirva de salvación,
porque rezar nos ayuda a vivir más felices,
al sentirnos hijos tuyos, hijos amados,
y hermanos de todas las personas. Amén.




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