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El Señor no defrauda jamás




“Todo lo ha hecho bien; 
hace oír a los sordos 
y hablar a los mudos” 
(Mc 7,31-37)  

Jesús recorre los caminos anunciando el Reino de Dios.
Lucha contra el mal y el sufrimiento humano, se compadece de todos los que están aquejados de dolencias, enfermedades, limitaciones. 
Nada humano le es ajeno.

Jesucristo nos libera del pecado, que nos impide escuchar y, por tanto obedecer a su Palabra, y que nos impide anunciar el amor del Padre y, por tanto, bendecirlo.

Jesús rompe la sordera, abre los oídos para que la persona pueda escuchar la vida, la dignidad de hijo de Dios, el cariño del Padre, que nos hace hermanos.  

La fe implica una confianza incondicional en Alguien que te quiere, te valora por lo que eres y te ha destinado desde siempre a la Salvación,



Effetá. Ábrete a la fuerza de mi palabra.
Effetá. Ábrete y rompe las murallas
Effetá. Ábrete y desbloquea tu corazón.
Effetá. Ábrete y sal de tu prisión.
Effetá. Ábrete y deja salir tu cantar.
Effetá. Ábrete y déjate tocar.

¡Effetá!

Abre mis oídos para que pueda escuchar tu voz y el clamor de mis hermanos.


Toca Señor nuestros oídos, que se abran de nuevo al rumor de tu presencia. 
Sé la Voz que grita, en el desierto de los indiferentes, de los ensordecidos, los excluidos



Los oídos abiertos nos disponen para la escucha a la palabra De Dios, y a la voz de quienes no tienen voz por el dolor, la exclusión, la emigración, las injusticias, la discapacidad, la marginación.

El encuentro con Jesús tiene como finalidad abrir a Dios a todos mis sentidos: los oídos para que puede percibir de una nueva manera la voz de Dios; los ojos para que pueda reconocer a Dios en todo.

Debo mirar mi vida con ojos nuevos para poder descubrir en ella la huella de Dios, debo renovar mi sentido del tacto para poder percibir el tierno amor de Dios en el sol y en el viento.
Para encontrar a Dios en todas las cosas 
¡Dios mío y todas mis cosas! 

Entonces sentiremos como nuestras palabras tocan a la gente que nos rodea y la despiertan a la vida, que cuando hablamos y oímos experimentamos que se trata de escuchar la voz de Dios en todo y hacer sentir la voz de Dios con cada palabra.

Entonces podremos entrar en el coro de la gente que le alaba: "todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos".

Que la Palabra de Jesús ”Effetá”, “Ábrete”, despierte en ti la alabanza y te ponga en camino de Reino  

Encomienda todo a Dios 
¡Él no defrauda jamás!


Señor: ábreme el oído para que pueda escuchar al hermano que sufre.
Señor: suéltame la lengua para que pueda comunicarme con el que está solo.


Señor: 
abre el 
oído 
de mi corazón  para escuchar a Dios.
Señor: suelta mi lengua, y que no siga siendo un mudo de tu Palabra.


Señor,
cuando me encierro en mí,
no existe nada:
ni tu cielo y tus montes,
tus vientos y tus mares;
ni tu sol,
ni la lluvia de estrellas.
Ni existen los demás
ni existes Tú,
ni existo yo.
A fuerza de pensarme, me destruyo.
Y una oscura soledad me envuelve,
y no veo nada
y no oigo nada.

Cúrame, Señor, cúrame por dentro,
como a los ciegos, mudos y leprosos,
que te presentaban.
Yo me presento.
Cúrame el corazón, de donde sale,
lo que otros padecen
y donde llevo mudo y reprimido
el amor tuyo, que les debo.
Despiértame, Señor, de este coma profundo,
que es amarme por encima de todo.

Que yo vuelva a ver
a verte, a verles,
a ver tus cosas
a ver tu vida,
a ver tus hijos...
Y que empiece a hablar,
como los niños,
-balbuceando-,
las dos palabras más redondas
de la vida:
¡PADRE NUESTRO!

Ignacio Iglesias, sj





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